Cuando uno sale de una Iglesia, no queda más que pasar por las puertas. En ellas habitualmente se instalan personas que tienen alguna necesidad, y apelan al amor de Dios para pedir alguna ayuda. Esto que les cuento me pasó hace un par de meses en la parroquia Santa Inés de Bohemia de La Villita, en Chicago. Estuve ahí todo el mes de agosto dando una mano como cura: La Villita es uno de los más grandes barrios latinos de la ciudad, y en esta parroquia cada domingo se celebran 9 misas, la mayoría en castellano, solo dos en Inglés.
Con Benjamín, seminarista, y los padres Miguel y Don, el día de Augustfest |
Pues bien, iba saliendo de la última misa del día domingo, a eso de las 20:30. Ya estaba oscureciendo. En el evangelio que proclamamos ese día se recordaba el mandamiento más importante, en el que se resume toda la ley y los profetas: amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Iba saliendo de la Iglesia mientras cantábamos el canto final, y se me acercó un hombre que me dijo algo así como: "El Señor ha dicho que hay que amar al prójimo, y Ud. lo acaba de repetir, así es que deme algo para ir a comprar comida". Lo miré un momento y le dije: "El Señor ha dicho muchas más cosas, entre otras que es bueno compartir la mesa, así es que espéreme un momento, y vamos a comer juntos". Ahora me quedó mirando él a mi: "No, si yo quiero que me dé algo no más, Ud. no debe tener tiempo". A lo que repliqué: "No, si tengo tiempo, espéreme un momento que me saque esto y que confiese a una persona que me lo ha pedido, y vamos juntos a comer". Me miró con cara de incredulidad, mientras yo iba a sacarme los ornamentos.
Mientras iba a la sacristía se me acercaron un par de personas que nos habían visto hablar a advertirme que no me fiara mucho, que había gente violenta, que me cuidara, que otras veces han pasado cosas feas, que se ha sabido que no se puede confiar ni hacer amistad con quienes viven en las calles... Continué mi camino.
El campanario de la Iglesia Santa Inés de Bohemia |
Después de confesar a quien me lo había pedido, y luego apagar las luces de la Iglesia, salí hacia la calle, pero mi nuevo amigo no estaba. Miré hacia un lado y otro, y lo vi un poco más allá. "Amigo, vamos a comer", le dije. "No pensé que fuera cierto que iba a salir, así es que ya me iba. Ud. debe estar muy ocupado". "No, vamos a comer". Así es que partimos a un supermercado cercano que atrás tiene un restaurante mexicano.
Mientras caminábamos me decía que le diera para comer, porque quería llevarle algo a un compañero que vería más tarde, como las 11, debajo del puente ferroviario donde pasaban la noche. Insistía en hablarme de los mandamientos de nuestro Señor, del amor al prójimo, y yo le encontraba toda la razón, pero le decía que a nuestro Señor le gustaba mucho comer con sus amigos, y sentarse a la mesa, y conversar, y que qué le parecía eso.
Un poco a regañadientes aceptó. Entramos al lugar, y él pidió carne asada - para llevar - dijo. Bueno - pensé yo - mientras lo preparan aprovechemos de conversar un poco. Yo pedí lo mismo. Y nos sentamos a esperar. Conversamos un buen rato, primero presentándonos. Él venía de Honduras, estaba hace tiempo en Chicago, y se lamentaba de tener que estar viviendo en la calle y pidiendo para comer. Me contó de su familia, que tenía un hermano pastor, y varias cosas más. También que había varias hospederías y lugares para acogida de quienes vivían en la calle, donde uno se podía bañar, y servir un plato de comida, y le daban ropa. Yo a su vez le conté de mi, que venía de Chile, que estaba temporalmente en la parroquia. Y así, conversamos un buen rato, también de algunas cosas más personales, y me atreví a darle algunos consejos, entro otros que aprovechara algunos de los lugares donde se podía bañar, ¡para bañarse!
Cuando finalmente estuvo lista la comida nos paramos y la recibimos, y me acerqué a la caja a pagar, pero el cajero me dijo: "estamos OK, una señora ya pagó todo". Me di vuelta para encontrarla. "No, si ya se fue", me dijo el cajero. "Bueno, muchas gracias, habría sido bueno agradecerle a ella también".
Así es que salimos los dos, cada uno con su caja de carne asada para llevar. Yo le insinué que se llevara también la que tenía yo para su amigo. Él me dijo: "No, ¿y usted qué va a comer? Muchas gracias, deme su bendición." Así es que nos abrazamos, le dí una bendición, y luego le pedí una a él de vuelta. "¿Cómo?", me dijo. "Si pues, yo le dí una bendición a Ud. Ahora le pido que Ud. me bendiga a mi". "Ni modo". Así es que me fui contento de vuelta a la casa parroquial, con una bendición, un nuevo amigo, y carne asada con frijoles regalado por alguna señora caritativa.
No nos sacamos una foto, y por respeto no voy a decir su nombre, pero recuerdo con cariño este encuentro, y quería compartirlo. Días después nos volvimos a encontrar y nos saludamos con afecto.