“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he
nacido y para esto ha venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el
que es de la verdad escucha mi voz” (Jn. 18, 37).
Seguidores de Jesús que no han
querido involucrarse en los acontecimientos temporales de su época han
utilizado este pasaje del cuarto evangelio como excusa. Mundo, en el ideario
joánico, se refiere a la mundanidad, a todo aquello que nos ha enemistado o
distanciado con el plan primordial de Dios creador: confundimos lo que está
bien, con lo que nos conviene. En el mismo sentido se habla de Cristo como el
“Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29). O se dice que el
verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, pero el mundo lo rechazó
(Jn. 1, 1-18).
La fiesta de Cristo Rey nos
recuerda una de las invitaciones medulares del cristianismo: seguimos la
persona y el proyecto de Jesús. Decimos con Él a nuestro Padre Dios: que venga
tu Reino. Las bienaventuranzas, el mandamiento del amor a Dios y al
prójimo como a sí mismo, pero ante todo el modo de ser de Jesús con los
distintos excluidos de su tiempo, nos marcan un horizonte hacia el que caminar.
Estas últimas semanas hemos
sido testigos de dos acontecimientos que van en dirección contraria: el plan de
retorno humanitario de haitianos y el asesinato de Camilo Catrillanca. En ambos
casos, el racismo y xenofobia ambiente, acompañado de discriminación arbitraria
y violencia, han culminado con resultados lamentables.
En el primer caso, junto a
los casi 170 que partieron, 57 se quedaron abajo del avión y de ellos 55
debieron ser acogidos en un improvisado albergue en la parroquia Santa Cruz de
Estación Central. Otros tantos han ido llegando a sus afueras con la promesa de
que estando cerca – en capilla - se podrán subir al siguiente avión. Las
autoridades, salvo el alcalde de Estación Central, se han lavado por ahora las
manos, como Pilatos.
En la comunidad de Temucuicui
el resultado de una muerte más a manos de agentes del Estado, ha sido el
rebrote de la violencia, expresión de rabias ancestrales contenidas,
explicitación de un severo quiebre de confianzas y que, como corolario, dificulta
severamente los planes de paz y desarrollo que ha promovido el gobierno.
También varios responsables se han lavado “las mánicos como pilático”,
utilizando la expresión de Violeta Parra en Mazúrquica Modérnica. Esperemos se
haga justicia, se restablezca el diálogo y así, poco a poco, se posibilite la
paz.
Ya en la década del 40 del
siglo pasado se preguntaba el padre Hurtado: ¿Es Chile un país católico? Con la
evidencia disponible mostraba la poca participación y el escaso sentido de
pertenencia a la vida de la Iglesia, a la vez que la baja adhesión práctica a
sus enseñanzas cotidianas. Los criterios y caminos del Reino de Dios son
radicalmente distintos a los del “mundo”. Pero no tenemos otro mundo sobre el
que actuar para que se haga presente. Que el tiempo de adviento que
comenzaremos nos disponga a transformar miradas y prejuicios, y nos permita una
vez más disponernos para hacerle un lugar a Jesús en los pesebres de nuestra
historia común como humanidad, sin distinciones ni discriminaciones de ningún
tipo. ¡Vamos caminando!
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