Ante la ineludible realidad de la muerte, que tarde o temprano
enfrentaremos, el evangelio de este domingo nos invita a cuidarnos de las
avaricias, de toda acumulación de riqueza y poder, que implique desentendernos
los unos de los otros.
Me permito utilizar estas líneas para expresar
mis sentimientos acerca de lo que hemos conocido esta semana: el resultado de
la investigación contra el fallecido sacerdote Renato Poblete Barth, iniciada
tras la acusación de Marcela Aranda en el mes de enero. Lo hago desde la misión
que se me ha confiado hace poco más de un año como Capellán General del Hogar
de Cristo. La valoración desde la Compañía de Jesús, congregación a la que
pertenezco, ya la ha hecho nuestro provincial en sus palabras dadas a conocer
el martes y en otros espacios hasta hoy.
En varias
ocasiones de estos últimos meses varias personas se me han acercado para darme
el pésame, como diciendo “qué terrible lo que les está pasando”. Mi respuesta
ha sido siempre algo así como “a mí no me ha pasado nada, sino a las personas
que sufrieron abusos por mucho tiempo, hace tantos años, y ahora recién están
pudiendo expresar su verdad como parte de un proceso lento y doloroso de
sanación”. Es a ellas a quienes debemos escuchar, atender y cuidar. Las
palabras de Marcela Aranda, en respuesta a la publicación del resultado de la
investigación, son un bálsamo de paz ante el estupor por la cantidad de
personas denunciantes y la confirmación de la brutalidad y amplitud de los
abusos cometidos.
Vemos en el
evangelio de hoy cómo la acumulación de riquezas en cualquiera de sus formas es
ilusión de seguridades. Ante lo efímero de la vida, acumular sólo tiene sentido
si es para compartir. Precisamente lo que más duele desde el Hogar de Cristo,
ante la constatación de los abusos reiterados a tantas personas por tanto
tiempo (al menos 48 años) por parte de quien fuera por 18 años su Capellán General,
es que esos abusos atentan profundamente contra todos los valores que inspiran
nuestra causa. Tenemos grandes bodegas, que son vaciadas continuamente para
atender a decenas de miles de personas cada año: alimentos, pañales,
medicamentos, ropa. Gracias a la generosidad de muchísimas personas y a una
gestión profesional y transparente, no nos han faltado en estos 75 años los
recursos para realizar nuestra misión. Esperemos que el resultado de esta
investigación no desaliente a los cientos de miles de chilenos que la sostienen
con su oración y aportes generosos, ni tampoco a los trabajadores y voluntarios
que abnegadamente buscan hacer bien el bien.
La vida es un
gran regalo y tenemos que cuidarla, poniendo especial atención en quienes están
en las fronteras de la exclusión. Esas personas, 36 mil el año pasado, a las
que dedicamos todo nuestro quehacer en el Hogar de Cristo, no pueden verse
castigadas por los delitos de quien abuso de su poder, su influencia, sus
redes, su capacidad y su carisma para violentar a decenas de mujeres. ¿Existirá
algo así como el abuso póstumo? No lo podemos permitir.
José Fco. Yuraszeck Krebs,
S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo
¿Para quién será lo que has amontonado?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21
Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”.
Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?” Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”.
Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”.
Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.