El impulso
misionero de los primeros cristianos supone algunas actitudes fundamentales
para los que somos creyentes hoy: la principal, la conciencia de que el Reino
de Dios está cerca.
Este
domingo nos encuentra ya en pleno invierno en el hemisferio sur. La semana que
ha pasado nos regaló contemplar la maravilla de la creación con un eclipse de sol
que se pudo seguir en buena parte del territorio nacional. Mirando a la tierra
y con los pies en ella, se ha activado en varias ciudades el Código Azul para
cuidar a las personas en situación de calle. El paro de profesores continúa ya
por quinta semana. La selección chilena jugaba ayer contra Argentina por el
tercer lugar de la copa América -escribo
estas líneas sin saber el resultado- , y en el evangelio de Lucas que
proclamamos este domingo, se nos muestra cómo Jesús va camino a Jerusalén
enviando a sus discípulos por delante.
Me
ha impactado la noticia esta semana del barco que llevaba refugiados en el
Mediterráneo: al descender en Lampedusa detuvieron a su capitana. Finalmente se
ha impuesto la cordura y el sentido humanitario, y la han liberado. Un poco más
cerca, en la frontera con Perú y Bolivia, cientos de ciudadanos venezolanos
buscando refugio en Chile, han debido pasar días y noches a la intemperie. El informe de la situación de los derechos
humanos en Venezuela explica lo que ya sabíamos. En ambos casos se evidencia
que los DDHH no tienen fronteras. Requerimos instituciones locales y
supranacionales que los reconozcan y garanticen, poniendo siempre al centro a
las personas en su igual dignidad.
Para renovar la
vida de la Iglesia requerimos comunidades cristianas que actúen siguiendo los
pasos de Jesús. De eso nos habla precisamente el evangelio proclamado hoy, donde
se muestra que Jesús cuenta no solo con los doce, sino con setenta y dos: en
ello se expresa que la comunidad misionera es mucho más amplia que su grupo más
cercano. Encontramos en el envío en misión por parte de Jesús a sus discípulos
algunas notas fundamentales: la primera es mandarlos como “corderos en medio de
lobos”, que ofrecen el regalo de la paz ahí donde llegan. El Espíritu de Jesús
promueve el encuentro y el entendimiento, en medio de tensiones, conflictos y
agresividad. La segunda nota es el abandono en la providencia, expresada en ir
ligeros de equipaje y en recibir agradecidos la hospitalidad que se ofrezca. Me
llama la atención, finalmente, que ya sea ante la aceptación del mensaje y su
acción sanadora, o ante el rechazo, hay una expresión que se repite: el Reino
de Dios está cerca. ¿De qué se trata esto?
En
primer lugar, que la acción del Espíritu va soplando donde quiere, conduciendo
la historia, incluso entre quienes no acepten a los misioneros ni se reconocen creyentes.
Y no tiene necesariamente que ver con determinadas prácticas de piedad de un
grupo de elegidos, sino con la apertura al don de sanación que brota en cada
encuentro verdadero entre personas que quieren construir comunidad. Luego, que
el anuncio supone la libertad honda del que lo recibe, lo que incluye la
posibilidad del rechazo, por las razones que sea. La Paz ofrecida por Jesús no
es ausencia de conflictos o discordias, sino confianza fundamental en el amor
de Dios que no nos abandona nunca. Nunca. Por último, que el mensaje central
del cristianismo no es una doctrina que transmitir, sino un testimonio que dar:
haciendo la vida en sociedad más humana, en cercanía a los excluidos y enfermos
que requieren sanación, tejiendo amistad y fraternidad con todos.
José Fco. Yuraszeck Krebs,
S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo
“En las ciudades donde entren y sean
recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente:
“El Reino de Dios está cerca de ustedes”.” (Lc. 10, 8)
No hay comentarios:
Publicar un comentario