domingo, 1 de septiembre de 2019

Compartir la mesa


Una de las imágenes más repetidas en los relatos de los evangelios es la de una comida que se comparte. Ayer y hoy, el sentarse a la mesa con otros, forma parte de una cierta ceremonia cotidiana que dice mucho de lo que somos y de lo que anhelamos. Compartir la mesa es mucho más que alimentarse. En este domingo se nos cuenta que Jesús fue invitado a comer a casa de un fariseo.

Hace poco más de una semana participé en una cena organizada por la comunidad de la capilla Paulo VI de la comuna de Pudahuel. En un contexto marcado por la violencia y el narcotráfico, esta comunidad semana a semana se reúne tozudamente a celebrar la eucaristía, en torno a la mesa de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Desde ahí brotan varias iniciativas que buscan transformar las dinámicas sociales del entorno.

Justo el día anterior a esa cena, sin haber tenido como preverlo, se produjo una masiva intervención de la policía de investigaciones en la población, buscando desbaratar dos de los grupos que controlan territorialmente el lugar y se dedican al tráfico de drogas. Esta semana nos enteramos de los detalles de esta intervención, difundidos en un noticiero de televisión (ver video).

Cuando los que estaban organizando la cena para el viernes se enteraron de lo que estaba ocurriendo, surgió la pregunta: ¿La realizamos igual? ¿Y si por miedo no llega nadie? Las 150 invitaciones ya estaban repartidas y todo dispuesto para realizarla. ¡Démosle nomás!, fue el sentir mayoritario del grupo organizador.

Aún con las imágenes frescas de la violenta irrupción policial en los pasajes circundantes, y con la conciencia de que algunos familiares de los invitados se contaban entre los detenidos el día anterior, dimos el vamos al encuentro.

Tras un primer momento de espera  en la entrada de la sede del club deportivo de la población, se abrieron las puertas, se fueron ocupando las sillas y sirviendo los platos. La consigna inicial: que nadie se sintiera solo o poco acogido. ¿Luego? Que fluyera la conversa, el reencuentro, que creciera la amistad. ¡No se puede pautear todo! En un momento particular hubo que pedirle a un grupo que ya se había servido, que se sentara en unas bancas –las que habían traído de la capilla– para dejarle espacio a algunas personas que habían llegado algo atrasadas. Hubo buena voluntad y agilidad para hacerles un lugar en la mesa.

En el evangelio de este domingo Jesús nos habla de humildad: de ocupar el puesto de atrás, el secundario; de ubicarse. Y también nos habla, con la imagen de los invitados a una comida, del sentido con que hacemos lo que hacemos: parece ser más significativo en la perspectiva del Reinado de Dios, que la intención de todo acto esté contenido en el acto mismo y no en la recompensa que se espera recibir a cambio. Ese es el sentido que tiene invitar al banquete a quienes no tendrían la posibilidad de “devolverte la mano”, de hacerte un convite de vuelta.

En la cena que celebramos hace unos días en la Paulo VI pudimos percibir algo de eso: el cariño con que todo fue preparado; la alegría con que cantamos y bailamos tras terminar de comer; el sabernos y sentirnos parte de una comunidad viva, algo que no se improvisa; el regalo del encuentro entre vecinos que cotidianamente viven con miedo a que les llegue una bala loca y por eso pasan encerrados en sus casas; la esperanza que se teje a partir de la mesa compartida. ¿Qué va a pasar en adelante? Espero sinceramente que se pueda reconstruir el tan dañado tejido social, que lo sembrado germine y dé frutos de paz y tranquilidad.

Que esta primavera que ya empieza a despuntar, y las fiestas patrias que se avecinan con abismante velocidad, sean ocasión propicia para que nuestro país se parezca cada vez más a la imagen de una mesa para todos. ¿A quién vas a invitar a la tuya? ¿Qué lugar vas a ocupar en ella?

 
«Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás feliz, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». (Lc. 14,7-14)

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