Una de las imágenes más repetidas en los
relatos de los evangelios es la de una comida que se comparte. Ayer y hoy, el
sentarse a la mesa con otros, forma parte de una cierta ceremonia cotidiana que
dice mucho de lo que somos y de lo que anhelamos. Compartir la mesa es mucho
más que alimentarse. En este domingo se nos cuenta que Jesús fue invitado a
comer a casa de un fariseo.
Hace poco más de una semana participé en
una cena organizada por la comunidad de la capilla Paulo VI de la comuna de
Pudahuel. En un contexto marcado por la violencia y el narcotráfico, esta
comunidad semana a semana se reúne tozudamente a celebrar la eucaristía, en
torno a la mesa de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Desde ahí
brotan varias iniciativas que buscan transformar las dinámicas sociales del
entorno.
Justo el día anterior a esa cena, sin haber
tenido como preverlo, se produjo una masiva intervención de la policía de
investigaciones en la población, buscando desbaratar dos de los grupos que
controlan territorialmente el lugar y se dedican al tráfico de drogas. Esta
semana nos enteramos de los detalles de esta intervención, difundidos en un
noticiero de televisión (ver video).
Cuando los que estaban organizando la cena
para el viernes se enteraron de lo que estaba ocurriendo, surgió la pregunta:
¿La realizamos igual? ¿Y si por miedo no llega nadie? Las 150 invitaciones ya
estaban repartidas y todo dispuesto para realizarla. ¡Démosle nomás!, fue el
sentir mayoritario del grupo organizador.
Aún con las imágenes frescas de la
violenta irrupción policial en los pasajes circundantes, y con la conciencia de
que algunos familiares de los invitados se contaban entre los detenidos el día
anterior, dimos el vamos al encuentro.
Tras un primer momento de espera en la entrada de la sede del club deportivo
de la población, se abrieron las puertas, se fueron ocupando las sillas y sirviendo
los platos. La consigna inicial: que nadie se sintiera solo o poco acogido.
¿Luego? Que fluyera la conversa, el reencuentro, que creciera la amistad. ¡No
se puede pautear todo! En un momento particular hubo que pedirle a un grupo que
ya se había servido, que se sentara en unas bancas –las que habían traído de la
capilla– para dejarle espacio a algunas personas que habían llegado algo
atrasadas. Hubo buena voluntad y agilidad para hacerles un lugar en la mesa.
En el evangelio de este domingo Jesús nos
habla de humildad: de ocupar el puesto de atrás, el secundario; de ubicarse. Y
también nos habla, con la imagen de los invitados a una comida, del sentido con
que hacemos lo que hacemos: parece ser más significativo en la perspectiva del
Reinado de Dios, que la intención de todo acto esté contenido en el acto mismo
y no en la recompensa que se espera recibir a cambio. Ese es el sentido que
tiene invitar al banquete a quienes no tendrían la posibilidad de “devolverte
la mano”, de hacerte un convite de vuelta.
En la cena que celebramos hace unos días
en la Paulo VI pudimos percibir algo de eso: el cariño con que todo fue
preparado; la alegría con que cantamos y bailamos tras terminar de comer; el sabernos
y sentirnos parte de una comunidad viva, algo que no se improvisa; el regalo
del encuentro entre vecinos que cotidianamente viven con miedo a que les llegue
una bala loca y por eso pasan encerrados en sus casas; la esperanza que se teje
a partir de la mesa compartida. ¿Qué va a pasar en adelante? Espero
sinceramente que se pueda reconstruir el tan dañado tejido social, que lo
sembrado germine y dé frutos de paz y tranquilidad.
Que esta primavera que ya empieza a
despuntar, y las fiestas patrias que se avecinan con abismante velocidad, sean
ocasión propicia para que nuestro país se parezca cada vez más a la imagen de
una mesa para todos. ¿A quién vas a invitar a la tuya? ¿Qué lugar vas a ocupar
en ella?
«Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás feliz, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos». (Lc. 14,7-14)
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