Ante la
tumba vacía (Jn. 20, 1-9)
La muerte se ha acercado a nuestra realidad
cotidiana, como antaño con la peste, el cólera y nuestra precariedad humana de
siglos y siglos. Ante la tumba vacía de Jesús, podemos aprender de la primera
comunidad cristiana algunos modos fecundos de vivir este tiempo.
Estas
últimas semanas en el mundo entero hemos debido cambiar totalmente nuestros
hábitos y costumbres, para cuidarnos y cuidar a los más débiles entre nosotros.
Hemos vuelto a lo fundamental, al cuidado de la vida, a la valoración de la
propia familia y lugar de pertenencia, al fortalecimiento de los vínculos
primordiales, a la valoración de las instituciones que nos hemos dado para
cuidar y proteger el bien común. La muerte se ha acercado a nuestra realidad cotidiana,
como antaño con la peste, el cólera y nuestra precariedad humana de siglos y
siglos.
En el relato
del cuarto evangelio que proclamamos hoy, Pascua de Resurrección, se nos muestra
que la primera testigo del sepulcro vacío es María Magdalena (en los evangelios
sinópticos es más bien un grupo de mujeres, todas ellas discípulas de Jesús).
Acogiendo ambas tradiciones evangélicas, lo claro es que para las primeras
comunidades cristianas, han sido las mujeres que, encendidas de pesar y de amor
por su maestro muerto en cruz, se levantan al alba para terminar de rendir un
homenaje a su cuerpo inerte. Pero no lo encuentran.
Ante tal
desconcierto acuden a la comunidad, a sus compañeros de camino en el
seguimiento de Jesús. En el relato que proclamamos hoy ella está representada
por Simón Pedro, el primero entre iguales. Y también el discípulo al que Jesús
amaba. Algunos señalan que esa es una manera de referirse al redactor del
cuarto evangelio, otros afirman que tal discípulo amado es quien lee el
evangelio hoy, ese discípulo amado somos nosotros. Ambos corren y ven con sus
ojos lo que las mujeres les han contado. Algo propio del evangelio según san
Juan es este binomio entre ver y creer. Cada uno de los signos realizados por
Jesús – varios de ellos nos acompañaron en el tiempo de cuaresma– son una
invitación a la transformación de los sentidos. Que viendo de una determinada
manera la vida con todos sus acontecimientos, podamos reconocer la presencia
actuante de un Dios que nos ama y se nos revela en Jesús de Nazaret.
Lo que
tienen los discípulos es una experiencia, la de los años compartidos junto a
Jesús. También tienen una tradición, expresada en las Escrituras, con la que
leen e interpretan los acontecimientos presentes. Y el domingo de resurrección,
apenas clarea el alba, tienen ante ellos una tumba vacía. ¿Qué fue lo que pasó?
¿De qué manera se cumplirán las escrituras? ¡Nosotros pensábamos que Jesús era
el Mesías!, dirán los discípulos de Emaús en el Evangelio de Lucas. Demorarán
todavía un poco en experimentar los efectos de la resurrección. Lo que es
cierto es que tal experiencia es inseparable de la historia previa. En la
Vigilia Pascual de anoche hemos repasado momentos significativos de la Historia
de Salvación, y lo hemos hecho desde la experiencia pascual cristiana, alimento
a la esperanza. Algunas polaridades se hacen evidentes: tinieblas-luz,
esclavitud-libertad, cada uno por su lado-comunidad. Algunos mandamientos
brotan desde la experiencia del amor hasta el extremo representado en la cruz: ámense
los unos a los otros; compartan lo que tienen, compartan el pan; den de comer
al hambriento; de beber al sediento; reciban como a un hermano al extranjero;
únanse en oración al Padre común de todos, rezando Padre Nuestro; sean felices
cuando los persigan en mi nombre.
Todas las
enseñanzas de Jesús, vividas y transmitidas por las primeras comunidades
cristianas, siguen siendo tan vigentes hoy como entonces. Que este tiempo
pascual que comenzamos nos anime en nuestras propias comunidades a ser testigos
de la resurrección de Jesús en nuestro mundo. Donde haya dos o más reunidos en
el nombre de Jesús, partiendo el pan, ahí está Él en medio, animando,
consolando, construyendo un nosotros esperanzador, que vence a la muerte.
José Fco. Yuraszeck
Krebs, S.J.
Capellán General Hogar
de Cristo
Fragmento del Evangelio: “El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio
que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto” ”. (Jn. 4, 5-42)