Comunión
en la fragilidad
La emergencia sanitaria y la distancia en que
nos hemos obligado a estar, ha despertado la conciencia de una “antiguamente-nueva”
forma de comunión, la de nuestra común vulnerabilidad y fragilidad.
En el evangelio de hoy proclamamos parte
de las palabras de despedida puestas en boca de Jesús al final del relato de la
última cena. Jesús ha lavado los pies a sus discípulos, se ha mostrado, en
sintonía con su vida y enseñanzas, como el que sirve. Y en estas palabras ofrece
a los suyos una nueva perspectiva, un horizonte nuevo, ante la inminencia de su
Pasión. Jesús es camino, verdad y vida para alcanzar a Dios, a quien llama Padre.
La íntima comunión entre Jesús y su Padre Dios, de la que nos hace participar, se
expresa en una comunión entre nosotros: para todos hay un lugar en la casa del
Padre. En el prólogo de este mismo evangelio, se afirma poéticamente que el
Verbo, la Palabra Eterna de Dios creador, se hizo carne y acampó entre
nosotros. Aunque en las diversas oraciones de nuestras celebraciones, a cada
rato, y particularmente en el Credo afirmamos el carácter todopoderoso de Dios,
en la persona de Jesús ese todo-poder se hace toda-vulnerabilidad, toda-fragilidad.
Precisamente algo de lo que se nos ha
revelado radicalmente en este tiempo de pandemia global es nuestra común
fragilidad y vulnerabilidad. Un virus invisible a simple vista ha puesto en
jaque nuestra economía, nuestras costumbres y hábitos, nos ha hecho encerrarnos
en nuestras casas. Si estábamos habituados a participar de la comunión
sacramental, presencia real de Cristo en la Eucaristía, ahora hemos debido
acoger esta comunión que nos une a todos los seres humanos, en la presencia
real de Cristo en cada uno de nosotros que conformamos su Cuerpo.
Desde esta comunión con lo más vulnerable
(y los más vulnerables) entre nosotros, es oportuno levantar la cabeza a diversas
situaciones de precariedad y reconocer que para muchos parece no haber un lugar
en nuestro mundo. Me refiero primeramente a la situación que en nuestro país
están viviendo ciudadanos peruanos, venezolanos, bolivianos y de otras nacionalidades:
no pueden pagar arriendos, han perdido el empleo, o ya se terminó la temporada
agrícola. Con las fronteras de sus países cerradas, y poco más que lo puesto,
algunos han podido ser recibidos en parroquias o casas de retiro, otros están
en las calles, afuera de las puertas de sus consulados, o acampando en plazas.
De modo más permanente, en nuestro país
hay aproximadamente 15 mil personas en situación de calle. Probablemente con la
crisis económica que está sucediendo a la sanitaria este número va a aumentar. Tomé
conocimiento de uno de ellos contagiado de COVID. A pesar de diversos
esfuerzos, no hubo manera de que fuera recibido en alguno de los albergues dispuestos
por la autoridad. Tras algunas horas en la urgencia de un hospital, él mismo se
arrancó, le perdieron el rastro. Y es que hay algunos grupos, por sus
particularidades, que no han aparecido del todo en el radar de la autoridad ni
en el horizonte de las medidas tomadas por la emergencia, o bien algunas de
estas medidas simplemente son insuficientes.
Las respuestas que han dado y van a seguir
ofreciendo nuestras autoridades y las instituciones que nos hemos dado para
cuidar el bien común y a los más pobres entre nosotros, no tienen forma de
atender de buena manera la totalidad de estas particularidades. Aquí es donde esta
comunión en la fragilidad y vulnerabilidad que hemos constatado, ha de
propiciar entre los cristianos y todos los hombres y mujeres de buena voluntad –
como ha ido ocurriendo – diversas iniciativas de solidaridad y servicio que
procuren aliviar la indigencia y anhelos de sobrevivencia de miles, haciendo
posible que haya verdaderamente un lugar para todos.
José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General Hogar de Cristo
Fragmento del Evangelio: “No se inquieten. Crean en Dios y crean
también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera
así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar? Y cuando haya
ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a
fin de que donde Yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar
adonde voy”. (Jn. 14, 1-12)
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