Noches largas (Lc. 9, 11-17)
Hoy celebramos en el seno de la Iglesia Católica la Solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, y en ella proclamamos el conocido relato
de la Multiplicación de los Panes. Lo hacemos en un contexto particular: este
martes tendremos en nuestro país por segunda vez como feriado el Día de los Pueblos
Originarios, en el Año Nuevo del Sur. Es la noche más larga del año. Esto es
parte de un reconocimiento debido a nuestros pueblos originarios. La fiesta
tiene un profundo sentido espiritual: la naturaleza y los seres humanos como
parte de ella nos disponemos a recibir al nuevo sol naciente. La luz vencerá a
la oscuridad, aunque por estos días parezca lo contrario. La tradición
cristiana precisamente sitúa en el equivalente a esta fecha –en el hemisferio
norte– el nacimiento de Jesús, Sol Naciente que ilumina nuestros pasos.
En el marco de esta celebración, me
parece pertinente comentar la realidad de las personas en situación de calle,
quienes, de noches largas, saben mucho. Ya hemos tenido que lamentar este año
la muerte de algunas personas, en Temuco, en Talca, en Santiago, por los fríos
y ante todo por la indiferencia. Ha ido más lenta que otros años la
implementación de albergues y otros dispositivos de atención que promueve el
Estado. La semana recién pasada se reunió por primera vez en el año la Mesa
Calle, convocada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, que busca
articular los esfuerzos de los distintos servicios del Estado junto a la
sociedad civil organizada. Más vale tarde que nunca, ¡ya está por llegar la
noche más larga! Los últimos datos oficiales señalan que hay cerca de 20 mil
personas que viven en las calles de nuestro país. Basta levantar un poco la
vista para reconocer que son muchas más.
Quizás ahora es cuando más se hace necesario
escuchar a Jesús que al caer la tarde, al llegar la noche, no se desentiende de
la necesidad de la multitud, y dice: “Denles de comer ustedes mismos”. La
reacción primera de los discípulos es decirle a cada cual que se las arregle
como pueda: lo que tienen de comida a la mano parece no alcanzar para todos, es
mejor que cada uno se devuelva a su casa. ¿Y qué hacemos con los que no tienen
casa?
Los precios de algunos alimentos, de
los combustibles y de otros bienes están por las nubes. En el Hogar de Cristo,
al igual que otras fundaciones y organizaciones que sobreviven principalmente
de la generosidad y aportes de mucha gente
–incluidos los bomberos– estamos algo afligidos: aumentan los costos por
la inflación, pero no lo hacen de la misma manera los ingresos, ya sea
porque están relacionados con convenios
con el Estado, en pesos, no reajustables, a varios años plazo; o porque los
aportes de socios individuales, que aportan más de la mitad de lo que nos
sostiene mes a mes, son en su mayoría en pesos, que cunden menos por la
inflación. Aprovecho por tanto estas líneas para invitarles a quienes puedan a
aumentar sus aportes al Hogar de Cristo y otras fundaciones que gocen de su
simpatía y generosidad. Las noches largas se hacen algo más breves cuando hay
un plato de comida y un lugar de cobijo calientito en el que guarecerse.
Hagamos nuevamente posible la multiplicación de los panes.
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