(Mt. 14, 22-33)
En las aguas revueltas
de la vida, el relato del evangelio según San Mateo que proclamamos hoy, emerge
como una metáfora poderosa. Mientras Jesús ora en soledad en la montaña, sus
discípulos enfrentan una tormenta en el mar. Cuando finalmente se les aparece
caminando sobre las aguas, el terror y la duda los asaltan. Jesús les dice:
"Tranquilícense. Soy yo. No teman". Pedro, impulsivo y desafiante, le
pide que lo llame para caminar hacia él sobre el agua: al principio con
determinación, pero luego siente el viento y comienza a hundirse, y en su
angustia clama a Jesús. Extendiendo su mano, Jesús lo salva, reprochándole su
"poca fe".
El próximo viernes 18 conmemoraremos el aniversario 71 de la muerte del padre Hurtado. Es el Día Nacional de la Solidaridad. La fundación que lleva su nombre nos ha invitado una vez más a llevar una rama de aromo a su tumba, como expresión del compromiso que tenemos con atender los dolores de nuestra convulsionada sociedad y quienes vivimos en ella. En un estudio realizado recientemente se han expresado cinco elementos fundamentales que debemos cuidar para seguir contribuyendo al desarrollo sostenible de nuestro país: la urgencia de recuperar una mirada común; la búsqueda de justicia social; superar la polarización; retomar el camino del crecimiento; y una especial preocupación por los grupos más vulnerables.
Vivimos tiempos revueltos. El legado del padre Hurtado, tan vigente hoy, nos enseña que la solidaridad es un acto de fe audaz: a partir de la conciencia de que cada una de nuestras acciones, aunque pequeñas, pueden causar grandes impactos en quienes nos rodean. Su testimonio creyente, al igual que en el caso de Pedro, nos muestra que no debemos olvidar ni esconder nuestras limitaciones, nuestras debilidades, nuestra común vulnerabilidad. Manteniendo la mirada en la fuente de nuestra inspiración y fortaleza, ecualizando de buen modo el ego que puede impedir mirar más allá del propio metro cuadrado.
La poca fe que Jesús le reprocha a Pedro, puede ser también imputable a muchos de nosotros creyentes hoy. ¿Dónde hemos puesto nuestra confianza? ¿La ciencia o la técnica? ¿Alguna idea brillante? ¿Alguna institución u organización? ¿La razón? ¿La fuerza? ¿Algún líder carismático? Jesús acude a nuestro encuentro, como decía el padre Hurtado, en cada hermano o hermana que sufre alguna necesidad, y nos invita a una relación que sea transformadora y sanadora, de profunda renovación de nuestra fe en Dios y en el ser humano.
San Alberto Hurtado entendió en su tiempo que la verdadera solidaridad requería más que acciones superficiales o individuales. Y al igual que Pedro, podría haberse hundido en el mar de la desesperación ante la inmensidad de la tarea que tenía por delante. Mirando a Jesús encontraba la fuerza para seguir adelante. Y decía: ¡Contento, Señor, contento!
Fragmento del Evangelio: “Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt. 14, 31-32)
EVANGELIO
Mándame ir a tu encuentro sobre
el agua.
+ Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Mateo 14, 22-33
Después de la multiplicación de
los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran
antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después,
subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí,
solo.
La barca ya estaba muy lejos de
la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la
madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al
verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”,
dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense,
soy Yo; no teman”.
Entonces Pedro le
respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el
agua”.
“Ven”, le dijo Jesús. Y
Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse,
gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida, Jesús le tendió la mano
y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?”
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios”