Cuerpo (Mc. 14, 12-25)
Hoy celebramos, en el seno de la Iglesia Católica, la solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ya sea hoy domingo o el pasado jueves –
como era tradición antaño – por las calles alrededor de las Iglesias se
realizarán procesiones tras el santísimo sacramento del altar. En algunos casos
con hermosas “alfombras” hechas con tierra de color y otros materiales, que al
paso de los fieles peregrinos se desvanecerán, recordándonos lo efímero de
nuestra existencia, invitándonos a poner los pies en la tierra y la mirada
hacia el cielo.
La tradición que recibimos y seguimos celebrando nos ha
llevado a identificar a Jesús con las formas de pan y vino consagradas al
celebrar la Eucaristía. La devoción a la presencia real de Jesús en alimentos
tan sencillos y cotidianos es una de las diferencias doctrinales con otras
Iglesias cristianas, y quizás por eso se acentúa tanto esta devoción, a riesgo
de poner la atención en uno solo de los aspectos de tal presencia real. No es
la única.
Que Jesús de Nazareth haya venido al mundo en la
familia de María y José, y se haya sometido al tiempo, la historia, la
vinculación con los demás, la cultura, el envejecimiento, y el largo etcétera
de lo que implica ser humano, es uno de los aspectos por los que afirmamos es
el redentor del género humano.
Cuando el padre Hurtado hace ya casi 80 años se
encontró con un mendigo en las frías calles de nuestra ciudad, le pareció
reconocer en él el mismo rostro de Cristo. Bien podemos decir que reconoció
místicamente en el cuerpo de un anónimo hombre desamparado el mismo cuerpo de
Cristo. He ahí que se propuso, junto a un grupo de mujeres, fundar el Hogar de
Cristo, para que tuviera donde guarecerse, protegerse de las inclemencias del
tiempo, soñar con un futuro mejor, partiendo por asearse, saciar su hambre y
tener una cama abrigada donde pasar la noche.
Son muchísimas las personas que siguen sufriendo aún
hoy en sus cuerpos por no tener con qué o cómo cuidarlo. Menciono algunas: las
personas mayores que padecen soledad no deseada, abandono, precariedad en el
cuidado de su salud; también las personas en situación de calle que no tienen
donde guarecerse, ya han muerto varias este año en distintas ciudades de
nuestro país; las familias que viven en campamentos, sin condiciones de
habitabilidad mínimas.
El próximo domingo tendremos elecciones primarias para
la elección de las candidaturas a alcaldes/as y gobernadore/as regionales.
Quizás uno de los criterios que debiéramos tener presente al momento de elegir,
ahora y en octubre, a quienes van a servir a la comunidad a nivel local y
regional, es que tengan especial preocupación por quienes no pueden ponerse de
pie por sí mismos y requieren de los apoyos precisamente de quienes serán
elegidos para cuidar el bien común.
El gesto de Jesús en la última cena, en el marco de la
conmemoración de la Pascua, paso de su pueblo de la esclavitud a la libertad en
la tierra prometida, quiere ser, en palabras de él, una nueva alianza, sellada
ya no con el cuerpo sacrificado y la sangre derramada de un cordero, sino con
el cuerpo y sangre de Él mismo en la cruz, expresión sublime de una vida donada
por amor. Esa misma entrega es la que se nos invita a tener a todos quienes nos
decimos cristianos, cotidianamente, nutrida por la presencia real de Jesús en
la Eucaristía, y también en las calles y lugares de nuestras ciudades y campos.
¡Vamos a su encuentro!
Fragmento del Evangelio: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Jn 6, 51
Aleluya.
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 12-16.
22-25
El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la
víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la comida pascual?”
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí
se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle
al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la
que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?” Él les mostrará en el
piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta;
prepárennos allí lo necesario”.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como
Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de
ella. Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama
por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en
que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
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