Agosto, mes de la solidaridad, nos recuerda la vida y obra de san Alberto Hurtado, quien no solo fue un gran sacerdote y fundador del Hogar de Cristo y USEC, entre otras organizaciones, sino también un apasionado divulgador de la Doctrina Social de la Iglesia. En un tiempo como el nuestro, a más de 70 años de su muerte, su legado sigue siendo profundamente actual, y puede interpelar especialmente a quienes, desde el mundo de la empresa, tienen en sus manos herramientas poderosas para transformar la sociedad.
En el Hogar de Cristo y sus Fundaciones Súmate y Emplea, día a día estamos cerca de rostros concretos de exclusión: personas sin techo, que viven en las calles; adultos mayores que sufren mucha soledad; jóvenes descartados, sin claras perspectivas de desarrollo personal y laboral. Aunque sea un buen comienzo, no basta con sentir compasión. Como decía san Alberto: “la caridad comienza donde termina la justicia”. Por eso, necesitamos empresas, y personas dentro de ellas, que tengan la mirada amplia, capaces de identificar los dolores del entorno y, a la vez, de potenciar con decisión las capacidades y la autonomía de sus trabajadores, y desde ahí de quienes más lo necesitan.
La Doctrina Social de la Iglesia propone una comprensión del rol social de la empresa que va mucho más allá de la rentabilidad. No se trata de filantropía ocasional, sino de comprender que toda empresa es una “comunidad de personas” situada en un contexto particular, que existe para crear valor y riqueza; generar empleo digno y oportunidades de desarrollo; cuidar el medio ambiente –nuestra “casa común” a decir del papa Francisco– y también contribuir al bien común. La empresa, cuando es conducida con visión ética y sentido de misión, puede ser –y lo ha sido en nuestro país con notables resultados– un verdadero agente de transformación.
Hoy, cuando la pobreza vuelve a estar en el debate público y a hacerse más visible —no porque haya aumentado de golpe, sino porque la medimos mejor—, se vuelve urgente un compromiso empresarial que no sea sólo reactivo, sino profundamente proactivo. Promover prácticas laborales justas y aumentar la productividad; invertir en formación y en creación de nuevas competencias; innovar con propósito, favorecer la vida familiar y la crianza; integrar a los más excluidos a través del trabajo: todo esto forma parte de una manera robusta de entender la solidaridad.
En un país fragmentado, la empresa puede ser también un lugar de encuentro y pertenencia. En un mundo y tejido social tan heridos, puede ofrecer caminos de reconciliación. Y frente a una cultura del descarte, puede abrir espacio a una cultura del cuidado. San Alberto soñaba con un Chile más justo, fraterno y humano. Ese sueño es también tarea para los líderes empresariales de hoy.
Construyamos juntos un país que no margine, sino que integre; que sea inclusivo, no extractivo; que no explote, sino que dignifique; que no contamine, sino que cuide. Esa es la solidaridad que necesitamos hoy: exigente, concreta, y profundamente humana. ¡Cuidemos el alma de Chile!
(Publicado en el sitio web de USEC Empresas al servicio del bien común – P. José Francisco Yuraszeck – Usec)
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