En
estos tiempos que corren es de lo más común que una buena cantidad de la ropa
que vestimos sea elaborada en distintas partes del mundo, muy lejos de donde
vivimos. Fíjese en la etiqueta de la camisa que usa: seguro que dice Made in
China, o Vietnam, o Bangladesh, incluso si la ha comprado en una tienda que
lleva años en su país y que antes la elaboraba en su propio taller. Lo mismo
ocurre con casi todo lo que usamos a diario. Yo vengo de Chile, y en este
último tiempo me ha alegrado profundamente encontrarme en varias partes con la
presencia de una exportación no tradicional: la figura del Padre Hurtado, san
Alberto Hurtado.
El
18 de agosto pasado tuve la suerte de recordarlo en un aniversario más de su
muerte en Scampia, Nápoles. El centro que llevan los jesuitas ahí, al alero de
la parroquia, y con la colaboración de muchas personas, lleva por nombre el del
Padre Hurtado. Es uno de los barrios con más dificultades de toda Nápoles,
donde según nos contaron, durante años la Camorra se apoderó plenamente del
territorio -le llamaban el supermercado de la droga- tanto que la policía
no se atrevía a entrar, hasta que años atrás hubo una fuerte intervención y se
pudo restaurar en parte la paz y el orden, a la vez que construyeron muy cerca
una de las cárceles más grandes de Europa. En el Centro Alberto Hurtado de Scampia, entre
otros programas que ofrecen, hombres y mujeres de distintas edades se reúnen,
aprenden un oficio, y confeccionan libretas y cuadernos, gorros y poleras, con
la marca Made in Scampia, intentando mostrarle al mundo que lo que se produce y
comercializa ahí no es solo droga, conflictos y violencia, sino también
esfuerzo, superación y comunidad.
Me
he encontrado en tantos otros momentos de mi vida con este nombre: desde el
tiempo anterior a su beatificación el año 1994, cuando mostraban por la
televisión la historia de su vocación y su vida entregada al servicio del
Reino. Un poco más tarde conocí de cerca el Infocap - Universidad del Trabajador en
Santiago de Chile - inspirado en la figura del Padre Hurtado, que hablaba de la
inmoralidad de una sociedad que no le hacía un lugar central a los
trabajadores. En esta misma institución comenzó a funcionar un proyecto de
voluntariado que invitaba a jóvenes universitarios a acercarse a la realidad de
las familias que vivían en campamentos y que con los años tomó cuerpo en
"Un Techo para Chile", hoy sencillamente "Techo", presente en 19 países de América
Latina. En ese tiempo y tras conocer la riqueza de la espiritualidad ignaciana
en los Ejercicios, se despertó mi vocación a la Compañía de Jesús, que fue
confirmada tras un tiempo como voluntario en la sala de enfermos terminales,
Padre Hurtado, del Hogar de Cristo.
Ya
siendo jesuita tuve el regalo de colaborar por un par de años en la parroquia
Jesús Obrero, vecina a la gran obra del Padre Hurtado, el Hogar de Cristo, y al santuario donde descansan sus restos. Y
volví a colaborar en Techo al año siguiente de la canonización del Padre
Hurtado el año 2005, momento de fiesta que a algunos nos hizo despertar la
necesidad de animar comunidades cristianas en los campamentos y barrios donde
trabajábamos, colaborando con las familias y dirigentes a construir sus casas y
soñar un país mejor. En la misma parroquia Jesús Obrero celebré junto a tanta
gente querida mi primera misa como sacerdote hace ya casi 4 años, y los
siguientes tres años colaboré en el Centro Universitario Ignaciano de la Universidad... ¡Alberto Hurtado!
Al
escribir estas letras me encuentro en Roma, estudiando la Licencia en Teología
Moral en la Universidad Gregoriana. Y me he encontrado con que existe aquí un Centro Fe Cultura que lleva el nombre de
Hurtado, y que por todas partes del mundo los jesuitas han acudido a su nombre,
inspiración e intercesión para bautizar comunidades e iniciativas de lo más
diversas.
El
Padre Hurtado era un apasionado seguidor de Jesús, que vivía con los sentidos
atentos para reconocer la presencia actuante e interpeladora de Dios en el
mundo y la historia. Desde esa atención convocó a otros: al servicio, al
trabajo académico e intelectual, a la organización sindical y comunitaria, a
hacer del mundo un lugar más acogedor, fraterno y solidario. Y esto de muy
diversas formas: dando una mano, un plato de comida, un techo donde dormir.
También promoviendo iniciativas de desarrollo integral con un sentido hondo de
lo que significa ser cristiano en sintonía con lo que el Concilio Vaticano II
afirmó algunas décadas después, y lo que la Compañía de Jesús declaró como su
misión para el tiempo de hoy: el servicio de la Fe y la promoción de la
Justicia que esa fe exige.
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