domingo, 14 de abril de 2019

Traición


“Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: « ¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! »” 
Lc. 19, 28-40
 
Hoy, domingo de Ramos, es la única celebración en todo el año litúrgico en que se proclaman dos relatos del Evangelio: al comenzar la Eucaristía, tal vez en las afueras del templo o capilla, o en algún lugar cercano para poder hacer una procesión, leeremos el de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Luego, ya adentro, proclamaremos el largo relato de su pasión y muerte. Como dos caras de la misma moneda, se nos muestra al Mesías aclamado por el pueblo en las afueras de la ciudad. Y, a continuación, somos testigos de cómo el mismo pueblo, azuzado por los sumos sacerdotes y los escribas, lo lleva a la crucifixión por mano de la autoridad romana. Esta celebración es la puerta de entrada a la Semana Santa, en la que estamos convocados a contemplar el misterio central de nuestra fe, el Misterio Pascual.
El cristianismo se nos presenta así, en sus mismos orígenes, empapado de ambigüedad tan humana: de una parte exaltando los más altos valores humanos y el poder salvífico del Reinado de Dios expresado en la persona y acciones de Jesús que pasó haciendo el bien: construyendo comunidad, realizando milagros y curaciones que provocan sanación e inclusión, multiplicando los panes. Pecadores, publicanos, ciegos, lisiados, endemoniados, leprosos, prostitutas, son los principales destinatarios de ese mensaje y acción liberadoras. En un grupo importante de personas aquellos gestos naturalmente despiertan mucha adhesión y fervor. Pero en simultáneo surgen movimientos contrarios y se despierta la más férrea oposición y hasta la traición, tanto por parte de quienes ven amenazadas sus posiciones de poder y autoridad, como de los mismos discípulos cercanos que huyen despavoridos y hasta venden al maestro por un puñado de monedas.
Cada uno de los personajes históricos presentes en estos relatos, nos permiten asomarnos a diversos paradigmas o arquetipos del ser humano en sociedad. Hay quienes se lavan las manos como Pilatos. Lo mismo ocurre con Judas, cuya figura será quemada en algunos lugares de nuestro país expresando lo que queremos dejar en el olvido. O con Pedro, que se quiebra al canto del gallo tras haber traicionado a su maestro. O con quienes lloran como Magdalena. O con los soldados, que ejecutan órdenes injustas. O con Simón de Cirene, obligado a cargar la cruz de Jesús. O con el buen ladrón, arrepentido en la hora última de todo el mal que causó. O con todo el Pueblo: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”, les dice Jesús.
La vida de la Iglesia se renueva al celebrar con fervor y devoción los misterios que le dieron origen. También se renueva al hacer lo que Jesús hacía, en los siempre cambiantes contextos. Ambos ejercicios son necesarios: el de la vuelta a lo primordial junto a la atención al contexto. El salmo 21, puesto en la boca de Jesús en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), puede hacernos bien si es que hace despertar en nosotros cercanía y misericordia con los desheredados de nuestro tiempo: víctimas de abuso de diversa índole; los más pobres entre los pobres; los inmigrantes que han escogido nuestro país como el lugar en el que quieren vivir; toda persona que por distintas razones va quedándose atrás o al lado del camino.
Que tengan una fecunda y provechosa celebración de la Semana Santa.

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