“Mis ovejas
escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna:
ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.” Jn. 10, 27-30
La celebración
litúrgica de este cuarto domingo de Pascua nos invita a considerar la persona
de Jesús como Buen Pastor. El Buen Pastor escucha. Las ovejas conocen su voz.
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, las cuida. La renovación de la
Iglesia, Pueblo de Dios, Comunidad de Comunidades, es posibilitada una y otra
vez al volver a las fuentes, y al mirar con ojos renovados el presente,
haciendo realidad aquello que se nos ha prometido desde antiguo. Con otras
palabras, este texto del evangelio nos recuerda lo que dirá san Pablo (Rm. 8):
“Nada nos puede separar del amor de Dios”. Jesús Buen Pastor, en las distintas
mediaciones del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, camina al lado nuestro,
levantándonos cuando caemos, sanando nuestras heridas, partiendo para nosotros
el pan. Hay un peligro en utilizar la imagen del Rebaño que sigue ciegamente a
un líder: importa destacar en este pasaje del cuarto evangelio el carácter de
Amigo y Maestro de Jesús, que cada bautizado está llamado a tener como
referente de su actuar.
La Iglesia
completa requiere una reconstrucción biográfica, volviendo a los lugares y
momentos originantes, y sanando las heridas que unos a otros nos hayamos podido
infligir en el camino. No hay lugar para tibiezas, sí para la misericordia. No
hay lugar para encubrimientos, sí para la verdad que libera y hace justicia,
incluso en lo que se refiere a la memoria de quienes ya han partido de este
mundo. Algunos son más responsables que otros, aquellos que han tenido más
autoridad y poder. ¿Algunos riesgos posibles? El de encasillarnos en bandos,
dejando de conjugar el nosotros.
El testimonio
valiente de Marcela Aranda, dado a conocer en enero en este diario, y ampliado
en sus detalles hace algunas semanas en una entrevista por televisión, me
parece desgarrador, por los escabroso de todo lo que cuenta; me parece también
conmovedor, por explicitar que así y todo se siente parte de la Iglesia y que
hacer público su testimonio es necesario para su sanación y la de toda la
comunidad de la que se sabe parte. Mirando las heridas y dolores del pasado, reconociendo
aquello que no debió haber ocurrido, enfrentando la responsabilidad que a cada
cual le cabe, será posible que nos ocupemos todos de seguir los pasos y modo de
Jesús Buen Pastor.
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