Hoy, último domingo de septiembre, es el
día de oración por Chile. En el evangelio se nos muestran los abismos que
provoca la indiferencia. Siguiendo la máxima benedictina, tenemos que orar y
trabajar, para que esos abismos disminuyan.
El pasado martes 10 de septiembre participé
en la fiesta aniversario de la hospedería San Benito de Rengo, en el Monasterio
Benedictino de la Asunción. Por 25 años las monjas benedictinas han sostenido
la operación de esta hospedería, y en este aniversario, abrieron las puertas
del claustro para recibir a los acogidos, personas en situación de calle, en su
iglesia y comedor. La comida la preparó con mucho cariño un cocinero del tradicional
Juan y Medio, también amigo de las hermanas benedictinas: choripanes,
empanadas, ajiaco servido en paila de greda, pan amasado, torta, naranjas del
huerto de las hermanas. Además, tenían de regalo un par de flamantes zapatillas
para cada uno; se habían preocupado antes de averiguar cuánto calzaba cada cual.
Y así terminamos guitarreando.
Este festejo me ha llevado a reflexionar
sobre la ecología, social y ambiental. A propósito de COP25 y de la Cumbre de
Acción Climática de la ONU que se desarrolló por estos días en Nueva York, en
el Hogar de Cristo estamos reflexionando acerca de nuestras prácticas
cotidianas. No se trata sólo de reciclar o reutilizar materiales, sino de
comprender nuestro trabajo como parte fundamental de la restauración de
vínculos rotos que permiten la sostenibilidad social de nuestro país. No basta
con pequeños cambios cosméticos, sino que tenemos que transformar nuestro
estilo de vida, incluyendo el modo como nos relacionamos unos con otros.
Las hermanas benedictinas no podían
quedarse tranquilas al ver que alrededor de su monasterio había tantas personas
en situación de calle que mendigaban. Y hace 25 años se pusieron manos a la
obra, con la hospedería San Benito. El promover trayectorias de inclusión es
cuidar a cada persona, sabiendo los pasos que puede dar, y viendo que las
distintas situaciones y decisiones que la han empujado a la calle, la han
llevado a romper vínculos, generando abismos contrarios a una cierta armonía
social que cada cual necesita para vivir. El cariño con que nos trataron ese
día de la celebración, cuidando cada detalle, me habla de un anhelo profundo de
restaurar vínculos. Ser tratado con cariño, sentirte reconocido en tu dignidad,
es algo que levanta a cualquiera, sobre todo si viene acompañado de una comida
rica en una mesa acogedora. Comenzamos los festejos en el Templo del monasterio,
recordando la historia, dando gracias por personas y momentos concretos. En
mirar agradecidamente la historia, con sus luces y sombras, hay también algo de
una armonía de cuidar. Aunque fuera por un rato – nadie aguanta estar en una
fiesta para siempre - gozamos de esa armonía, de la buena comida, del canto, del
monasterio engalanado. Esa fiesta fue de una especie de anticipo de nuestros
más gozosos anhelos; eso que llamamos el cielo.
Termino estas palabras con la oración con
que concluye la encíclica Laudato Si, del papa Francisco, sobre el cuidado de
la casa común (mayo, 2015): "Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en el
mundo como instrumentos de tu cariño por todos los seres de esta tierra, porque
ninguno de ellos está olvidado ante ti. Ilumina a los dueños del poder y del
dinero para que se guarden del pecado de la indiferencia, amen el bien común,
promuevan a los débiles y cuiden este mundo que habitamos. Los pobres y la
tierra están clamando: Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz, para
proteger toda vida, para preparar un futuro mejor, para que venga tu Reino de
justicia, de paz, de amor y de hermosura. Alabado seas. Amén"
José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo
Cita del evangelio: “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que
has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros
se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí
no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí” (Lc. 16, 19-31)