domingo, 16 de febrero de 2020

Entrar en el Reino de los Cielos


(Mt. 5, 17-37)
El Reino de los Cielos se expresa en lo cotidiano de nuestras vidas, cada vez que compartimos el pan, la vida, el abrigo, el techo, la mesa, y hacemos que nuestras ciudades y comunidades sean más amables con todos.

Tras la celebración de la misa hace algunas semanas en la Hospedería Padre Lavín del Hogar de Cristo, en el Barrio Yungay de la comuna de Santiago, uno de los acogidos, se me acercó para preguntarme: “Pastor, ¿por qué no trajo su Biblia? Ahí está toda la sabiduría y las leyes que necesitamos para vivir”. Le expliqué que traía un librito con las lecturas de cada día, y que al menos en la Iglesia católica eso nos conectaba con otras comunidades, pues cada día las mismas lecturas se proclamaban en todo el mundo. Detrás de su pregunta se mostraba su alta valoración por la Sagrada Escritura. Esta anécdota me permite entrar al texto del evangelio que proclamamos hoy.
Una de las tensiones permanentes en la vida de Jesús y de sus discípulos es la que existe entre el cumplimiento de la Ley y la libertad que procede del que, para los cristianos, es el autor mismo de la Ley. En este pasaje Jesús anuncia que viene a darles el verdadero significado a las enseñanzas contenidas en la Ley de Moisés y las Enseñanzas de los Profetas. ¿La meta final? No tanto cumplir a pie juntillas lo que ahí se ordena, sino la alegría de entrar en el Reino de los Cielos. Vemos en el pasaje del evangelio según san Mateo que proclamamos hoy, un conjunto de “se dijo” sucedidos de “yo les digo”, en que se expresa cómo el Reino de los Cielos tiene manifestaciones bien concretas de realización en situaciones de la vida cotidiana que involucran a los demás, al prójimo, y desde ahí a la transformación de la sociedad.
El antiguo mandamiento de “no matarás” se transforma en promover ampliamente todo lo que trae vida, evitando lo que se opone a ella, incluso el irritarse contra un hermano. El “no cometerás adulterio” en evitar incluso las miradas y deseos que hacen que tal adulterio se cometa en el corazón. Tanto más importante que la ofrenda que se lleva al Templo, es que estemos en paz con el prójimo. Más aún, no se trata solo de amar al prójimo, sino de llegar a amar a los enemigos y poner la otra mejilla en caso de alguna bofetada, cortando la espiral de la violencia y la venganza, más allá del ojo por ojo. Todos estos mensajes parecen ser muy oportunos para el momento que vivimos en nuestro país.
El Reino de los Cielos se expresa en lo cotidiano de nuestras vidas, cada vez que compartimos el pan, la vida, el abrigo, el techo, la mesa, y hacemos que nuestras ciudades y comunidades sean más amables con todos. Eso incluye por cierto mejorar la educación, los servicios de salud, las pensiones. Y también cuidar el emprendimiento y el desarrollo, haciéndolos sostenibles. No se trata tan solo de cumplir una serie de reglas que nos garanticen una determinada recompensa de talante individualista, sino de actuar promoviendo la reconciliación, el amor y la justicia a todo nivel.
Necesitamos que las leyes que regulan nuestra convivencia queden escritas. Requerimos también de tanto en tanto revisar si eso que está escrito se adecúa a los nuevos contextos y necesidades. Es lo que se avisora como un camino a recorrer en los próximos meses en nuestro país, en que decidiremos si requerimos o no iniciar un proceso de redacción de una nueva Constitución que canalice las siempre nuevas expectativas, y renueve las instituciones fundamentales que nos hemos dado para promover y cuidar el bien común. ¿Qué haría Cristo en nuestro lugar? Que san Alberto Hurtado, padre de la Patria, nos inspire y regale sabiduría para seguir construyendo juntos un país donde todos encuentren un lugar, y podamos entrar juntos en el Reino de los Cielos.

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General Hogar de Cristo

Fragmento del Evangelio: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” (Mt. 5, 20)