(Mt. 5, 17-37)
El Reino de los Cielos se expresa en lo
cotidiano de nuestras vidas, cada vez que compartimos el pan, la vida, el
abrigo, el techo, la mesa, y hacemos que nuestras ciudades y comunidades sean
más amables con todos.
Tras la
celebración de la misa hace algunas semanas en la Hospedería Padre Lavín del
Hogar de Cristo, en el Barrio Yungay de la comuna de Santiago, uno de los
acogidos, se me acercó para preguntarme: “Pastor, ¿por qué no trajo su Biblia?
Ahí está toda la sabiduría y las leyes que necesitamos para vivir”. Le expliqué
que traía un librito con las lecturas de cada día, y que al menos en la Iglesia
católica eso nos conectaba con otras comunidades, pues cada día las mismas
lecturas se proclamaban en todo el mundo. Detrás de su pregunta se mostraba su
alta valoración por la Sagrada Escritura. Esta anécdota me permite entrar al
texto del evangelio que proclamamos hoy.
Una de
las tensiones permanentes en la vida de Jesús y de sus discípulos es la que
existe entre el cumplimiento de la Ley y la libertad que procede del que, para
los cristianos, es el autor mismo de la Ley. En este pasaje Jesús anuncia que
viene a darles el verdadero significado a las enseñanzas contenidas en la Ley
de Moisés y las Enseñanzas de los Profetas. ¿La meta final? No tanto cumplir a
pie juntillas lo que ahí se ordena, sino la alegría de entrar en el Reino de
los Cielos. Vemos en el pasaje del evangelio según san Mateo que proclamamos
hoy, un conjunto de “se dijo” sucedidos de “yo les digo”, en que se expresa cómo
el Reino de los Cielos tiene manifestaciones bien concretas de realización en
situaciones de la vida cotidiana que involucran a los demás, al prójimo, y
desde ahí a la transformación de la sociedad.
El
antiguo mandamiento de “no matarás” se transforma en promover ampliamente todo
lo que trae vida, evitando lo que se opone a ella, incluso el irritarse contra
un hermano. El “no cometerás adulterio” en evitar incluso las miradas y deseos que
hacen que tal adulterio se cometa en el corazón. Tanto más importante que la
ofrenda que se lleva al Templo, es que estemos en paz con el prójimo. Más aún,
no se trata solo de amar al prójimo, sino de llegar a amar a los enemigos y
poner la otra mejilla en caso de alguna bofetada, cortando la espiral de la
violencia y la venganza, más allá del ojo por ojo. Todos estos mensajes parecen
ser muy oportunos para el momento que vivimos en nuestro país.
El Reino
de los Cielos se expresa en lo cotidiano de nuestras vidas, cada vez que
compartimos el pan, la vida, el abrigo, el techo, la mesa, y hacemos que
nuestras ciudades y comunidades sean más amables con todos. Eso incluye por
cierto mejorar la educación, los servicios de salud, las pensiones. Y también
cuidar el emprendimiento y el desarrollo, haciéndolos sostenibles. No se trata
tan solo de cumplir una serie de reglas que nos garanticen una determinada
recompensa de talante individualista, sino de actuar promoviendo la
reconciliación, el amor y la justicia a todo nivel.
Necesitamos
que las leyes que regulan nuestra convivencia queden escritas. Requerimos
también de tanto en tanto revisar si eso que está escrito se adecúa a los
nuevos contextos y necesidades. Es lo que se avisora como un camino a recorrer
en los próximos meses en nuestro país, en que decidiremos si requerimos o no
iniciar un proceso de redacción de una nueva Constitución que canalice las
siempre nuevas expectativas, y renueve las instituciones fundamentales que nos
hemos dado para promover y cuidar el bien común. ¿Qué haría Cristo en nuestro
lugar? Que san Alberto Hurtado, padre de la Patria, nos inspire y regale
sabiduría para seguir construyendo juntos un país donde todos encuentren un
lugar, y podamos entrar juntos en el Reino de los Cielos.
José Fco. Yuraszeck
Krebs, S.J.
Capellán General Hogar
de Cristo
Fragmento
del Evangelio: “Les
aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y
fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” (Mt. 5, 20)