Lc. 23, 35-43 → Leerlo en "El Evangelio del Día"
En la trágica escena de la crucifixión de
Jesús junto a dos ladrones, vemos tensiones cotidianas ante el sufrimiento
humano: burlarnos y acentuar la búsqueda de la auto redención, o más bien
invocar la misericordia de Dios que preña de esperanza y de comunidad el futuro.
Tres veces en el
relato de Lucas de la crucifixión de Jesús, que proclamamos hoy, aparece la
burla, con variaciones de la expresión “sálvate a ti mismo”. Primero en boca de
los jefes del pueblo. Luego en la de los soldados. Por último, en la de uno de
los crucificados a su lado. Ante ellos, Jesús calla. La actitud del llamado
buen ladrón da un elemento de contraste, y una salida esperanzadora en medio
del sufrimiento más brutal: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.
Habla de futuro y de memoria, de acordarse, de no olvidar, de una relación que
quiere perdure en el tiempo, más allá de la historia. Ante ello, Jesús
responde: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
En los libros
“Las suaves cenizas del olvido” (1814-1932) y “Las ardientes cenizas del
olvido” (1932-1994), Brian Loveman y Elizabeth Lira ofrecen una mirada a las
diversas crisis que a lo largo de los años, se han desencadenado en nuestro
país. De tanto en tanto ha habido grandes revueltas sociales y crisis políticas,
de distinta naturaleza y color, muchas de ellas aplacadas con el uso de la
fuerza por parte del Estado o las Fuerzas armadas. Sucesivas leyes de amnistía
para vencedores y vencidos echaron tierra encima de los recuerdos trágicos y
dolorosos, los que desencadenaron la revuelta y los que la intentaron aplacar. Así
no hay reconciliación duradera posible, afirman los autores, y tarde o temprano
volverá a rebrotar el descontento. En tiempos revueltos es provechoso sacar
lecciones del pasado. Tenemos en la crisis presente una enorme oportunidad, que
determinará lo que vivamos las próximas décadas.
En la persona de
Jesús muchos han querido ver a todos los humillados de la historia. Decimos de
Él que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, porque carga con el
sufrimiento del mundo. En nuestros tiempos, de muchos lugares desaparecen los
crucifijos, pero permanecen los crucificados, desangrándose. Ya muertos, a
algunos los han llamado para decirles que tienen un cupo para atención médica o
una cirugía. Los carabineros heridos por el odio parido de algunos y los
manifestantes heridos por la represión policial, no son una buena noticia para
nadie. ¡Todos somos chilenos! La herida sangrante y los ojos que ya no verán nos
dicen que la fractura social que vivimos tardará un tiempo largo en sanar.
Jesús es por
antonomasia el mártir, testigo fiel de un amor entregado hasta la muerte. Cargar
la cruz y reinar desde ella está lejos de ser una imagen triunfalista. El
testimonio del buen ladrón que invoca y cultiva en tan trágicas circunstancias
una relación es vía de apertura al misterio grande que se encierra en ese acto
central de redención humana. Hoy más que nunca tenemos que encontrarnos,
construir comunidad, superar las lógicas individualistas con que vivimos, a la
vez que condenar enérgicamente toda forma de violencia, y particularmente desde
el Estado, poner la mirada en el bien común y en las necesidades de los más pobres,
renovando nuestras instituciones.
Ante la página
en blanco de este comentario he tenido a la vista el evangelio de este día,
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, además de lo que hemos
vivido en estas últimas semanas en nuestro país. Estamos en el umbral del
tiempo de Adviento que nos preparará para la Navidad, fiesta de encuentro y de
esperanza ante la nueva vida que surge como regalo de Dios a toda la humanidad.
¡Que nos sea provechoso!
Cita del evangelio: “Después que Jesús fue crucificado, el
pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: “Ha salvado a
otros, ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!” (…) El
otro (de los malhechores) decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino” (Lc. 23, 35-43).