domingo, 25 de mayo de 2025

Paz

Las primeras palabras pronunciadas por el papa León XIV al salir a saludar en el balcón ante la plaza san Pedro en El Vaticano, y ante cientos de millones de personas de todo el mundo, que expectantes esperaban su nombramiento - tras el humo blanco que había salido de la chimenea de la Capilla Sixtina un poco más de una hora antes-,  han sido las del mismo Jesús resucitado a sus discípulos: “La paz esté con ustedes”.

Hoy nos encontramos ya en el sexto domingo de Pascua, y en el evangelio según san Juan se nos presenta a Jesús que, en el marco de la Última Cena con sus discípulos, les vuelve a ofrecer paz, con un deseo de superar toda inquietud o temor. Quizás anticipando el desenlace fatal de su vida terrenal, señala que tras su encuentro con el Padre, el mismo enviará un Defensor, el Espíritu Santo, como ayuda para recordar sus enseñanzas y actualizarlas en cada contexto.

Con razón se ha dicho que tras la muerte y resurrección de Jesús comienza el tiempo de la Iglesia y del Espíritu Santo. En cada momento y circunstancia particular, animado por la pertenencia a la comunidad cristiana, cada bautizado ha de recordar las palabras y testimonio de Jesús, para seguirlas en su vida.

La paz es un don esquivo en nuestro tiempo, en los distintos niveles de la existencia: en las relaciones entre los países y al interior de cada país; entre familias y comunidades y al interior de ellas; en las relaciones interpersonales y de cada cuál consigo mismo. Es quizás por lo mismo – por lo esquiva y escasa que es - que es el don más precioso que nos puede ofrecer Jesús presente y actuante en el mundo. Paz queremos y anhelamos en cada barrio tomado por narcotraficantes; en la Araucanía que mantiene un conflicto centenario; en Venezuela, Gaza o en Ucrania; en el corazón de quienes han perdido un ser querido tras un accidente; o en el de quienes se han enterado que sufren una enfermedad incurable; y un largo etcétera de lugares, situaciones y relaciones.

"El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él". Con estas palabras, Jesús no solo nos revela la profundidad del amor divino, sino también una promesa que transforma la vida: Dios no se queda lejos, sino que habita en el corazón de quien lo ama. Este fragmento del Evangelio nos conduce al centro de nuestra fe: la presencia viva de Dios entre nosotros a través del don del Espíritu Santo y la Paz que solo Cristo puede dar.

Mientras acogemos al Papa León XIV como hermano y pastor, renovemos también nuestra responsabilidad personal como discípulos-misioneros. El Espíritu Santo actúa en la Iglesia entera, en cada comunidad, en cada persona que realiza un gesto de reconciliación o una obra de misericordia, en cada palabra que edifica. Seamos activos constructores de la paz creando espacios de encuentro y fraternidad, tendiendo puentes. Abramos nuestras vidas a su acción, y dejemos que la paz de Cristo, que no es como la del mundo, transforme nuestra vida y la de quienes nos rodean.

domingo, 4 de mayo de 2025

Cónclave

En un tiempo de incertidumbre y espera, como el que estamos tras la muerte del papa Francisco el lunes de Pascua, el relato del capítulo 21 del evangelio según San Juan que proclamamos hoy, puede ser inspirador. Tras la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos se hallan algo desorientados, regresando a sus antiguas ocupaciones. Pedro de seguro no se puede sacar de la cabeza que ha negado tres veces a Jesús. Siempre impulsivo, decide volver a pescar, acompañado de otros compañeros. Sin embargo, no les va nada de bien. Tras una noche de trabajo infructuoso, se encuentran con el mismo Jesús que, desde la orilla, les instruye a lanzar las redes una vez más. El resultado es sorprendente: la red se llena de peces.

La reciente muerte del Papa Francisco ha dejado un vacío en la Iglesia Católica. Estamos en un momento de duelo, de agradecer profundamente su dedicación y entrega. Es este también un momento de oración y reflexión. ¿A quién elegir? ¿Para donde orientar la barca de Pedro? Francisco, cuyos gestos de cercanía a los pobres, los refugiados, a quienes sufren toda forma de exclusión, hemos recordado con esperanzadora insistencia estas semanas, fue un faro de esperanza en tiempos de crisis. Su legado, que trasciende las fronteras de la Iglesia Católica, está en manos del Espíritu Santo en la forma de los Cardenales que se reunirán desde este miércoles.

El proceso de cónclave evoca el momento en que los discípulos, guiados por el Espíritu Santo, deben tomar decisiones cruciales. Al igual que en la pesca milagrosa, donde la obediencia a Jesús condujo a un resultado abundante, los cardenales se enfrentan a la tarea de escuchar y discernir la voluntad de Dios para la Iglesia en este momento particular de la historia. La elección de un nuevo Papa no es solo un acto administrativo; es un proceso que requiere profunda escucha, encuentro y reflexión. Les invito a unirse en oración por este propósito.

El nuevo Papa debiera ser un líder que, como Pedro que escucha a Jesús que le habla desde la orilla, inspire determinación, confianza y esperanza. La Iglesia Católica necesita un pastor que pueda seguir guiando a la comunidad hacia un futuro de renovación y compromiso con el mensaje cristiano, en continuidad con el legado de Francisco. Así como los discípulos aprendieron a confiar en las instrucciones de Jesús, que adecuaron a las circunstancias de cada contexto y momento, el nuevo pontífice debiera ser, junto con toda la comunidad católica, en modo sinodal, un faro de luz en un mundo a menudo marcado por la división y la incertidumbre, también al interior de la misma Iglesia.

En este periodo de transición, la historia de la pesca milagrosa nos recuerda que, incluso en tiempos de oscuridad, hay oportunidades de abundancia y renovación. A la triple negación de Pedro, Jesús responde con una triple pregunta: ¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?

La elección de un nuevo Papa será un momento de gracia, una oportunidad para que la Iglesia renazca y reafirme su misión en el mundo. El nuevo Papa no será, como Pedro o como Francisco o cualquiera de los que han tenido esta responsabilidad de servicio, un hombre perfecto, sino muy consciente de su condición de pecador llamado a un particular servicio. Al cambiar la cabeza de la Iglesia el cuerpo entero se renueva. No eludamos la propia responsabilidad que nos cabe a cada cual, desde nuestra particular vocación, y aprovechemos de vivir con mayor radicalidad el regalo de sabernos parte de esta comunidad que no hace otra cosa que seguir los pasos de Jesús.


Fragmento del Evangelio: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”

ACLAMACIÓN AL Evangelio

Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19.

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”.

Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en a orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?” Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” 

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.