El relato que se nos ofrece hoy en la liturgia –el de la curación del ciego de Jericó– es uno de los episodios de los evangelios que más me gusta. Ofrece una especie de catequesis sobre cómo debiera ser toda relación de ayuda – todos la necesitaremos alguna vez y estamos invitados a ofrecerla en todo momento - que promueve la autonomía de las personas.
San Marcos nos
regala acá una imagen de Jesús atento a las necesidades de quienes están a su
alrededor, especialmente de quien está a un costado del camino. Sus discípulos
quieren seguir de largo. En cambio Él se detiene, escucha, acoge. Quien estaba
sentado se pone de pie de un salto al sentir su llamada.
Al mismo tiempo
Jesús valora la libertad, la autonomía, la propia capacidad de agencia de quien
tiene por delante: no pasa a llevar al ciego ni le impone lo que piensa que es
mejor. "¿Qué quieres que haga por ti?", le pregunta.
Y por último,
afirma que la fuerza de la propia sanación del ciego viene de sí mismo:
"¡Tu fe te ha salvado!", le dice.
¿Qué necesitamos
ver hoy? Tenemos ciertas cegueras, y es bueno partir por reconocerlas. Nos
nublan los ojos los inmediatismos, el estar tan atentos al día a día, esclavos
de los “likes” en sus distintas formas. Nos mantiene ocupados, algo
embobados y hasta entretenidos el escándalo de la semana – el guionista de esta
serie llamada Chile ha estado bien creativo en los últimos episodios de esta
temporada - que puede hacernos olvidar la profundidad del daño causado, y
también dejar en el olvido el escándalo de la semana anterior, impidiendo tal
vez considerar procesos más profundos de reparación o de transformación de
nuestras personas e instituciones.
Por otra parte es
bien notable como puede cegarnos también la ideología, todo aquello que nos
impide mirar con verdad lo que pasa, y llamar las cosas por su nombre. Cambia
el paisaje según el lado de la vereda en que estemos parados. ¿Qué otras
preocupaciones ciegan nuestros sentidos? El incremento de la delincuencia y el
crimen organizado que genera una sensación creciente de inseguridad y un
profundo miedo que limita nuestra capacidad de ver; también la cada vez más
desplegada frivolidad y el oportunismo político, o la soltura para tratar de
vaga y estúpida a quien sea la parte contendora o de inestable y desquiciado al
oponente, son también otros de los fenómenos que explican algunas de las
cegueras bien extendidas de nuestros
tiempos. La tendencia individualista que se percibe por doquier puede favorecer
que no veamos más allá de nuestro propio interés, descuidando por tanto el bien
común.
La pobreza en
nuestro país ha ido disminuyendo en las últimas décadas a niveles que
perfectamente pueden hacernos pensar que es posible superarla totalmente,
aunque esto implique desafíos enormes, por su mayor complejidad, por la
tendencia a invisibilizarla, pero también porque los buenos resultados se
explican en gran parte por las transferencias directas del Estado, que no
provocan autonomía. La pobreza hoy se vive puertas adentro, en rostro de
personas mayores o con algún tipo de discapacidad, requeridas de apoyo y
cuidado, pero que muchas veces viven en profunda soledad. Es la realidad
también oculta de los campamentos, atestados de familias de migrantes, o de los
cientos de miles de niños y jóvenes expulsados del sistema escolar. Pareciera
que los demás no los queremos ver.
Así y todo, en
medio de los fragores cotidianos, tenemos razones para estar esperanzados,
¡pues estamos vivos! Pidamos juntos la gracia de poder ver, y para ello es
necesario esforzarnos por establecer vínculos y conversaciones que nos hagan
ponernos de pie, encontrarnos unos con otros, reconocer y valorar los distintos
puntos de vista, enriquecer así la propia mirada, y por supuesto, sin descuidar
a nadie al borde del camino, a ejemplo de Jesús.