Alégrense (Jn. 1, 6-8. 19-28)
Estamos hoy en el tercer domingo de adviento, tradicionalmente llamado de la alegría, por la antífona de
entrada de la misa: “Alégrense
siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está
cerca.” En las coronas de adviento se enciende la tercera vela, típicamente
de color rosado, para marcar una diferencia con el tono más penitencial de los
anteriores domingos. Concordarán conmigo que existen pocos sentimientos más
difíciles de fingir que la alegría. Y además difícilmente provoca alegría que sea
exigida como un imperativo. Al mismo tiempo, hay que distinguir entre aquellas
que son más pasajeras y cuidar sobre todo las alegrías duraderas.
Miremos algo de nuestra historia. En
el plebiscito de 1988 ganó el No con el pegajoso “Chile, la alegría ya viene”.
La promesa de un mejor futuro logró, entonces, vencer el miedo de la posición
contraria. La esperanza de un porvenir auspicioso para todos consiguió convocar
a la mayoría. También entonces, como hoy y siempre, la alegría era difícil de
alcanzar.
En 2019, antes, durante y después del estallido social, algunos comenzaron
a reprochar críticamente los 30 años pasados: tal alegría solo habría alcanzado
a algunos, mientras la inmensa mayoría de los chilenos seguiría sumido en los
empantanados senderos del apenas sobrevivir. La alegría y la épica de la
transformación social y colectiva de antaño terminaron transformadas en
amargura, división, estancamiento, y en un cada vez más extendido individualismo.
Estamos hoy también ante una
disyuntiva electoral: debemos elegir entre el “a favor” o el “en contra” de la
constitución propuesta. El tono de la campaña de uno y otro bando dista mucho
de lo que se vivió hace 35 años. Más allá de lo que diga o no diga el texto, no
se respira ambiente de alegría, sino de profunda preocupación, inseguridad,
molestia, y en muchas partes abunda más el descrédito de la posición contraria
que la fundamentación de lo que parece ser mejor.
La primera lectura de hoy, tomada
del libro del profeta Isaías, explicita con palabras preciosas el fruto de la
unción del Espíritu sobre el rey/mesías: es impulsado a “anunciar buenas
noticias a los pobres y a vendar los corazones heridos”. Es de esperar que ese
mismo criterio sea uno de los que movilice nuestras acciones ciudadanas y
políticas. Que poniendo al centro a quienes entre nosotros sufren más
carestías, podamos ir perfeccionando nuestras instituciones que contribuyan
particularmente al bien común, a la convivencia armoniosa y a modos
consensuados de resolver nuestras diferencias.
El texto del evangelio según san Mateo que proclamamos hoy nos muestra a Juan el Bautista como primer testigo de la acción redentora de Jesús. Allanemos, al igual que Juan, en nuestras casas, lugares de trabajo y estudio, plazas y calles, el camino del Señor. Independiente del resultado de hoy, mañana tenemos que seguir conviviendo y trabajando porque nuestro país sea cada vez más próspero. Es de esperar que esa sea la principal motivación de todos quienes vivimos en Chile. Procuremos que la alegría alcance para todos, y que esta sea duradera.
Fragmento del Evangelio: “Yo soy una voz que
grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”
(Mt. 25, 33)
ACLAMACIÓN AL
EVANGELIO Is 61, 1
Aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí; Él me envió a
llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.
EVANGELIO
En medio de ustedes hay alguien a quien no conocen.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 1, 6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba
Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los
judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle:
“¿Quién eres tú?”
Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo
claramente:
“Yo no soy el Mesías”.
“¿Quién eres, entonces?”, le
preguntaron: “¿Eres Elías?” Juan dijo: “No”.
“¿Eres el Profeta?” “Tampoco”,
respondió. Ellos insistieron:
“¿Quién eres, para que podamos dar una
respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”
Y él les dijo:
“Yo soy una voz que grita en el
desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron
a preguntarle:
“¿Por qué bautizas, entonces, si tú no
eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”
Juan respondió:
“Yo bautizo con agua, pero en medio de
ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no
soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del
Jordán, donde Juan bautizaba.