Felicidad (Mt. 4, 25-5,12)
En este cuarto domingo del tiempo
ordinario, se nos ofrece el pasaje del Sermón de la Montaña, en el que Jesús
anuncia un itinerario hacia la felicidad duradera. Jesús se muestra en este
pasaje como un nuevo Moisés: en el monte nos entrega estas enseñanzas, en forma
de promesas de felicidad. Si antaño los mandamientos contenían ante todo una
lista de preceptos y prohibiciones que de cumplirse eran garantía de salvación
y redención para todo el pueblo de Dios, Jesús nos muestra un camino más
profundo y complejo, plagado de aspectos aparentemente contradictorios.
La felicidad a la que nos invita Jesús radica en un anhelo profundo de
hacer feliz a los demás. ¿En qué radica su propia felicidad? No es ni en las
posesiones materiales, ni en los logros de ninguna especie, por más buenos que
sean ambos, donde él hace su apuesta. Felices serán los pobres, los que lloran,
los que tienen hambre y sed de justicia. ¿Cómo puede ser esto? ¿Sigue siendo
una buena noticia para nosotros hoy?
Un aspecto que parece relevante se refiere a la fe de Jesús: Él cree en
Dios como un padre creador, amoroso,
providente, que va conduciendo la historia de la humanidad y el mundo entero,
hacia la concreción del Reino de los Cielos. El Dios de Jesucristo es
misericordioso y compasivo con toda forma de sufrimiento y dolor humanos, y nos
exhorta a ser así también unos con otros.
A riesgo de generalizar, es posible afirmar que nuestra cultura tiende
más bien a lo contrario: a buscar el éxito y la satisfacción del propio placer
e interés a toda costa, exacerbando el individualismo y la realización personal
por sobre consideraciones respecto del bien común y del cuidado del medio
ambiente que nos rodea. Vamos tras felicidades aparentes, que con su poder de
seducción nos embotan los sentidos y nos hacen confundirnos respecto de lo
realmente importante para ser felices.
En nuestras comunidades no pocas veces hemos trastocado el sentido del
seguimiento de Jesús. No se trata de una lista de prohibiciones que cumplir sino,
muy por el contrario, una invitación a escoger alegrías duraderas que brotan del
amor de Dios que nos invita a amar y servir.
Con la pandemia y la crisis por abusos ha descendido muchísimo la
participación en los distintos espacios de encuentro y oración comunitarios. Hemos
de interrogarnos por el estilo de ellos y por el modo de conducirlos. ¿Convocan
y comunican las bienaventuranzas? La alegría que brota del Evangelio demanda
congregarnos, para juntos reconocernos en la presencia de Dios. Los tiempos de
hoy no son más difíciles que el tiempo de Jesús, o el tiempo de las primera
comunidades cristianas perseguidas por profesar la fe en su presencia actuante
en el mundo. Pidamos juntos la gracia de escuchar las palabras de Jesús y
ponerlas en práctica en nuestras vidas: ¡ahí se juega nuestra felicidad!
A quienes tengan el regalo de tenerlas, les deseo unas muy felices
vacaciones. Que el descanso y el encuentro con la familia y la gente más
querida, sirva para renovar las energía y para seguir descubriendo en nuestras
vidas donde se encuentra la verdadera felicidad.
Capellán General Hogar de Cristo