domingo, 4 de julio de 2021

Entre nosotros

Hoy comienza, tras largos meses de tensa espera, desde noviembre de 2019, la convención constitucional que deberá, en un plazo máximo de un año, redactar una nueva constitución para nuestro país. Uno de los elementos que ha llamado la atención en distintas partes del mundo ha sido la composición de esta convención: ha considerado escaños reservados para representantes de los pueblos originarios, además de estructurarse de modo paritario entre varones y mujeres. Una gran mayoría de los participantes no pertenecen a partidos políticos.

El relato del evangelio que se nos ofrece hoy nos muestra a Jesús que visita su pueblo, el lugar donde fue criado, donde lo conocen bien, de cabro chico. Como lo conocen tanto, de hace tanto tiempo, quienes lo escuchan le dan poco crédito, dudan de su sabiduría, de su autoridad y poder. Han escuchado su fama de profeta sanador, que ha hecho milagros en distintas partes. Sin estudios, sin venir de la elite de los fariseos, de los escribas o de los maestros de la ley, dudan que un simple hijo de carpintero pueda hablar y actuar en nombre de Dios. No le creen. “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia, en su casa”, les dice Jesús.

En sintonía con tal reacción, he escuchado en estos últimos meses a varias personas dudar de la posibilidad de que un grupo tan heterogéneo de personas sea capaz de llegar a acuerdos razonables y favorables para todos. Tales dudas están motivadas por el temor, por prejuicios y también por desconocimiento respecto de los participantes de la convención.

En conversaciones con algunos convencionales para compartir impresiones desde que fueron elegidos, me contaban de la multiplicidad de encuentros que se han ido sucediendo en distintos espacios territoriales, virtuales y también en los medios de comunicación. Alguno me decía lo interesante que estaba resultando darse cuenta que entre personas que a priori pensaban estar en total desacuerdo, han podido reconocer temas en los que hay convergencias e intersecciones.

Ensanchar el nosotros del que nos sentimos parte, incluyendo a personas de diversos orígenes, raíces, culturas, que hemos nacido o que vivimos desde hace tiempo en nuestro país que llamamos Chile, es quizás uno de los principales objetivos simbólicos de esta convención constituyente. Este anhelo me recuerda la tercera estrofa de “Los Momentos” –canción de Eduardo Gatti que cumplió hace poco 50 años–: “Cada  uno aferrado a sus dioses, producto de toda una historia, los modelan y los destruyen, y según eso ordenan sus vidas, en la frente les ponen monedas, en sus largas manos les cuelgan candados, letreros y rejas”.

Espero que la constitución sea esa casa común que a todos nos cobije y acoja, y que a su vez defina los pilares de la institucionalidad que posibilite la prosperidad, la justicia y la paz. Me parece que ese es un anhelo sentido por una inmensa mayoría. Espero también que la convención constituyente sea un momento profundo de encuentro entre personas diversas que quieren su país, que se reconozcan mutuamente valorando la sabiduría, autoridad y poder que les ha sido confiado a través de un proceso eleccionario participativo, y no se aferren a sus propias concepciones, biografías, dioses, sino que se abran a escuchar las de los otros, para que brote algo bueno entre nosotros, y se orienten nuestras vidas e instituciones a algo mejor que lo que hemos podido construir hasta ahora.

         

Fragmento del Evangelio: <“¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas, de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?” Y Jesús era para ellos motivo de escándalo>