domingo, 31 de marzo de 2024

Ver y creer

 Ver y creer (Jn. 20, 1-9)

Escribo en este Domingo de Pascua para compartir la alegría de la fiesta de la Resurrección de Jesús, a la que sumo algunas reflexiones en base a una experiencia que hemos vivido el último tiempo, y que de distintas maneras nos ha afectado a todos. Me refiero a los incendios que asolaron buena parte de los cerros de Viña del Mar y otros sectores de la Región de Valparaíso a comienzos de febrero. Hace algunos días pude ir a visitar a los equipos del Hogar de Cristo, tanto del Programa de Atención Domiciliaria de Adultos Mayores (8 participantes de ese programa quedaron “con lo puesto”) como del de Primera respuesta que está acompañando, con duplas psicosociales, a cerca de 300 familias que también lo perdieron todo. Ha habido mucho despliegue de distintas organizaciones y autoridades, pero considerando las urgentes necesidades básicas, parece lenta la labor de reconstrucción.

Me sobrecogió el testimonio de nuestras compañeras de trabajo así como las palabras de gratitud de las dirigentes (en ambos casos la gran mayoría son mujeres) de las comunidades afectadas en el campamento Manuel Bustos. Una de nuestras compañeras decía: “Algunas personas sienten total desesperanza y abandono, preferirían no haber sobrevivido el incendio”. Otra compartía una experiencia distinta: “Sorprende que, a pesar de las adversidades nos reciban con amabilidad, un abrazo, una sonrisa en la cara”. Una de las dirigentes agradecía el compromiso permanente del Hogar en el territorio, y la rápida respuesta para estar presentes prácticamente el mismo día del incendio.

La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, eso que llamamos el Misterio Pascual, es un muchas ocasiones un reflejo de nuestra propia vida. Cuando tropezamos o caemos, estamos invitados a ponernos de pie. Cuando el dolor, la muerte o la oscuridad nos nublan la mirada, la esperanza, la alegría y la vida nos muestran un camino a seguir.

En el relato del Evangelio que proclamamos hoy, el anhelo de una presencia que ya no está hace ir a María Magdalena de madrugada al sepulcro. Es la primera testigo de la resurrección. Ella va a buscar a los demás y comunica lo que ha visto. Se destacan dos verbos en este relato, ver y creer. Todos sabemos que vamos a morir. Jesús murió en la cruz, y hasta ahí no hay mucha novedad, pasó por lo que pasan todos los seres humanos. Lo improbable que se regala en esta fiesta de Pascua, la resurrección de Jesús, es una invitación a creer más allá de las apariencias.

Muchas personas en nuestro país han dejado de creer: en las autoridades, en las instituciones, en la Iglesia, también en Dios y su acción redentora en el mundo. Pues ocurre que por todos lados hay expresiones de no confiabilidad. Las promesas hechas a las personas que han perdido todo en los incendios, y que se puede extender a muchas otras dimensiones de nuestra vida, chocan con las trabas burocráticas y descoordinaciones que hacen muy demorosas las concreciones urgentes. Esa exasperante lentitud hace que las personas pongan manos a la obra y se organicen. Es lo que ha ocurrido con los campamentos, expresión del déficit habitacional, del hacinamiento y del alto costo de los arriendos. Con otros temas como seguridad, salud, pensiones o educación, no está al alcance de las personas el proveerse por sí mismas de la solución: se requiere la acción colectiva, coordinada o al menos promovida por el Estado.

Sumerjámonos en la dinámica redentora de la Pascua que celebramos hoy y pidamos el regalo de que crezca nuestra fe, en el ser humano, en las comunidades organizadas para el bien común, y en el mismo Dios que nos regala su Espíritu para que una y otra vez nos pongamos colectivamente de pie.

Fragmento del Evangelio: El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn. 20, 1-2)

 

EVANGELIO

Él debía resucitar de entre los muertos.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.

 

domingo, 10 de marzo de 2024

Iluminar

 

Iluminar (Jn. 3, 14-21)

Años atrás participé en una comunidad “Fe y Luz”, formada por personas “normales” y personas con discapacidad. Era un espacio muy fecundo de encuentro y de cuidado. Tenían un lema que me sigue inspirando hasta el día de hoy: “Es mejor encender una lámpara que maldecir la oscuridad”.

El evangelio del día de hoy es parte del relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. Nicodemo viene de noche y conversa con Jesús. El faro que ilumina la humanidad es la cruz y Jesús en ella levantado, motivo de redención, camino hacia la vida eterna, hacia la felicidad plena. ¡Levantemos la cabeza, miremos con atención lo que pasa a nuestro alrededor! Esta polaridad entre las tinieblas y la luz, es típica del cuarto evangelio y, poco a poco, a medida que se avanza en el relato hacia la pasión y muerte de Jesús –como avanzamos decididos en la Cuaresma hacia la Semana Santa– se muestra que precisamente va triunfando la luz sobre las tinieblas, aunque parezca lo contrario.

              Esta semana conocimos en nuestro país los resultados de la prueba SIMCE. Los titulares de los diarios y noticieros han destacado una mejora en los resultados, señalando que estamos “en los niveles prepandemia”. Permítaseme hacer ver un punto que es, a todas luces, preocupante. Lo que mide el SIMCE, evidentemente, dice relación con quienes han dado esa prueba, por lo tanto están matriculados en algún establecimiento escolar.

            Pues bien, según información del MINEDUC, existen 227 mil niños, niñas y jóvenes fuera del sistema escolar. O sea, quienes pudiendo ir al colegio, no van. Este número ya era alto antes de la pandemia, pero con las extendidas cuarentenas y otros factores, aumentó al menos en 50 mil por año.

            ¿Cuántos serán hoy? Se anuncia que habrá nuevas cifras dentro de las próximas semanas; ahí dilucidaremos esa duda.

            El rezago escolar  junto con la baja asistencia a clases, afecta significativamente la comprensión lectora, la habilidad para escribir y desarrollar destrezas matemáticas. Esto afecta la capacidad de aprender a aprender, de socializar e interactuar con otros. El SIMCE muestra avances significativos, pero no toma en cuenta a los que van quedando fuera del sistema. Urge que despleguemos todos los esfuerzos que podamos para ir en busca de esos niños.

Algo parecido ocurrió recientemente con la encuesta CASEN: nos muestra que se redujo la pobreza, pero la herramienta no incluye a los más pobres entre los pobres, quienes viven en campamentos o en situación de calle.

Una de las bases del progreso de los países, al menos como lo entendemos ampliamente ahora, se encuentra en que cada persona y grupo de personas despliegue al máximo sus propias capacidades e intereses, libremente. Desde la perspectiva cristiana, esa libertad ha de ser utilizada para hacer crecer el amor en sus distintas formas, expresión del amor de Dios a toda la humanidad: conformar familia, cultivar un jardín o la tierra, aprender a tocar un instrumento, emprender algún negocio, transformar la sociedad, construir casas, puentes y caminos, promover organizaciones de distinto tipo... Al haber tantos niños fuera del sistema escolar estamos minando las bases de nuestro futuro y nuestra convivencia.

No podemos quedarnos contentos con los resultados del SIMCE –aunque haya motivos para celebrar– si son tantas las personas que están fuera, sumándose al baile de los que sobran, gestando un germen de insatisfacción brutal y ampliando los abismos de desigualdad que nos separan a unos de otros. Elijamos la luz, mejoremos la evidencia, encendamos las lámparas que sean necesarias, para caminar por las sendas de la inclusión y el desarrollo de la autonomía de todos quienes vivimos en esta tierra.

 Fragmento del Evangelio: “La luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn. 3, 19)

 

EVANGELIO

Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21

Dijo Jesús:

De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.

En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.