Iluminar (Jn. 3, 14-21)
Años atrás
participé en una comunidad “Fe y Luz”, formada por personas “normales” y
personas con discapacidad. Era un espacio muy fecundo de encuentro y de
cuidado. Tenían un lema que me sigue inspirando hasta el día de hoy: “Es mejor
encender una lámpara que maldecir la oscuridad”.
El evangelio del
día de hoy es parte del relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. Nicodemo
viene de noche y conversa con Jesús. El faro que ilumina la humanidad es la
cruz y Jesús en ella levantado, motivo de redención, camino hacia la vida
eterna, hacia la felicidad plena. ¡Levantemos la cabeza, miremos con atención
lo que pasa a nuestro alrededor! Esta polaridad entre las tinieblas y la luz,
es típica del cuarto evangelio y, poco a poco, a medida que se avanza en el
relato hacia la pasión y muerte de Jesús –como avanzamos decididos en la
Cuaresma hacia la Semana Santa– se muestra que precisamente va triunfando la
luz sobre las tinieblas, aunque parezca lo contrario.
Esta
semana conocimos en nuestro país los resultados de la prueba SIMCE. Los
titulares de los diarios y noticieros han destacado una mejora en los
resultados, señalando que estamos “en los niveles prepandemia”. Permítaseme
hacer ver un punto que es, a todas luces, preocupante. Lo que mide el SIMCE,
evidentemente, dice relación con quienes han dado esa prueba, por lo tanto
están matriculados en algún establecimiento escolar.
Pues bien, según información del MINEDUC, existen
227 mil niños, niñas y jóvenes fuera del sistema escolar. O sea, quienes pudiendo
ir al colegio, no van. Este número ya era alto antes de la pandemia, pero con
las extendidas cuarentenas y otros factores, aumentó al menos en 50 mil por
año.
¿Cuántos serán hoy? Se anuncia que habrá nuevas cifras
dentro de las próximas semanas; ahí dilucidaremos esa duda.
El rezago escolar junto con la baja asistencia a
clases, afecta significativamente la comprensión lectora, la habilidad para
escribir y desarrollar destrezas matemáticas. Esto afecta la capacidad de
aprender a aprender, de socializar e interactuar con otros. El SIMCE muestra
avances significativos, pero no toma en cuenta a los que van quedando fuera del
sistema. Urge que despleguemos todos los esfuerzos que podamos para ir en busca
de esos niños.
Algo parecido
ocurrió recientemente con la encuesta CASEN: nos muestra que se redujo la
pobreza, pero la herramienta no incluye a los más pobres entre los pobres,
quienes viven en campamentos o en situación de calle.
Una de las bases
del progreso de los países, al menos como lo entendemos ampliamente ahora, se
encuentra en que cada persona y grupo de personas despliegue al máximo sus
propias capacidades e intereses, libremente. Desde la perspectiva cristiana,
esa libertad ha de ser utilizada para hacer crecer el amor en sus distintas
formas, expresión del amor de Dios a toda la humanidad: conformar familia,
cultivar un jardín o la tierra, aprender a tocar un instrumento, emprender
algún negocio, transformar la sociedad, construir casas, puentes y caminos, promover
organizaciones de distinto tipo... Al haber tantos niños fuera del sistema
escolar estamos minando las bases de nuestro futuro y nuestra convivencia.
No podemos
quedarnos contentos con los resultados del SIMCE –aunque haya motivos para
celebrar– si son tantas las personas que están fuera, sumándose al baile de los
que sobran, gestando un germen de insatisfacción brutal y ampliando los abismos
de desigualdad que nos separan a unos de otros. Elijamos la luz, mejoremos la
evidencia, encendamos las lámparas que sean necesarias, para caminar por las
sendas de la inclusión y el desarrollo de la autonomía de todos quienes vivimos
en esta tierra.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo para que el mundo se
salve por Él.
+ Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Juan 3, 14-21
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés levantó en alto
la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya
está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En
esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las
tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la
luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido
hechas en Dios.
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