Ligeros (Mc. 6, 7-13)
En el evangelio que proclamamos hoy observamos como Jesús
envía a sus discípulos a extender su acción sanadora, con poderes “sobre los
espíritus impuros”. Lo hacemos tras varias semanas en que hemos estado
contemplando el actuar del mismo Jesús, destacando el asombro de quienes son
testigos de su autoridad para hacer el bien –“¿quién es este que hace estas cosas?” – y
también el peso que tiene la fe de las propias personas al acoger tales
acciones reparadoras en sus vidas (“Tu fe te ha salvado”).
En el conocimiento y creencias de entonces, estaban
íntimamente vinculadas la salud corporal con la mental y la espiritual. En la
cultura y sabiduría de algunos de nuestros pueblos originarios también se aborda
de manera integral a las personas. El aporte de la ciencia y medicina
contemporáneas ha permitido aumentar considerablemente la esperanza de vida en
poco tiempo. Aunque siempre cabe preguntarse, ¿con qué sentido vivimos la vida?
En el relato de hoy destaca el modo en que Jesús envía
a sus discípulos. La suya es una invitación a confiar en lo que llamamos la
providencia divina, que tiene su mejor cara en la compasión, la escucha y la
hospitalidad prodigada por quienes quieran recibir a los enviados. El andar
ligeros de equipaje, sin tanto aparataje ni aseguramiento, abre camino a la
acción del Espíritu que mueve los corazones. De nuevo el peso de la acción
divina está puesto, de algún modo, en la acción humana de acoger y abrirse a la
acción sanadora.
Con relativa facilidad podemos, los seguidores de
Jesús, olvidar estas palabras referidas al modo de estar en el mundo y de
relacionarnos con las cosas y con quienes nos rodean.
El desprestigio del clero y la baja sostenida entre
quienes se dicen católicos, asociado a los abusos eclesiásticos, aunque también
a la secularización, expresa una pérdida de poder de la Iglesia que, mirando el
modo como Jesús envía, no es necesariamente algo malo. Lo que debiera
caracterizar a quienes seguimos a Jesús encuentra en estas páginas un molde, en
que la sencillez, austeridad y humildad deben brillar, más que otras
consideraciones mundanas que pueden hacer tanto daño. También una
característica que parecemos haber perdido, es la de sacar la voz, hacer uso de
la palabra, considerando que somos herederos y depositarios de un saber que
sana y ha llenado de sentido la vida de muchos.
Personas como Teresa de Calcuta o Alberto Hurtado, por mencionar a dos
insignes seguidores de Jesús en el siglo XX en distintos lugares del mundo, nos
mostraron varias cosas muy vigentes aún hoy: en primer lugar, el valor
universal de la compasión, de tener los sentidos abiertos a las necesidades de
quienes viven alrededor y procurar aliviarlas; además, la alegría de servir es
contagiosa, más allá de las estrechas barreras institucionales que a veces
ponemos en las iglesias. Y, entre otras cosas, que el abandono en la
providencia, el andar ligeros de equipaje, casi con lo puesto, no defrauda.
En nuestra cultura cada vez más materialista e individualista, las buenas noticias que estamos invitados a vivir los cristianos, son fuente de plenitud y sentido. Atrevámonos a vivirlas y comunicarlas. No olvidemos el cómo: ligeros. Que la Virgen del Carmen que celebramos este martes nos anime e inspire en nuestro caminar.
Fragmento del Evangelio: “Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.”
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Cf. Ef 1, 17-18
Aleluya.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestros corazones, para
que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados. Aleluya.
EVANGELIO
Los envió.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6,
7-13
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre
los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan,
ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran
dos túnicas.
Les dijo: “Permanezcan en la casa donde les den alojamiento
hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los
escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio
contra ellos”.
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a
muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.