domingo, 30 de agosto de 2020

Perder para ganar

 La fe cristiana está atravesada por esta paradoja fundamental. En el sufrimiento y el sacrificio, cuando se orienta a hacer el bien, encontramos lo medular del Misterio Pascual de Jesús. Hay más alegría en dar que en recibir; en amar que en ser amado; la vida se la gana, perdiéndola, ofreciéndola, en un misterio de amor que, al igual que en la vida de Jesús, nos redime de nuestros egoísmos y de la mera satisfacción del autointerés.

 

Estamos terminando agosto, mes de la solidaridad en memoria del Padre Hurtado. Desde hace pocas semanas ha comenzado en varias comunas de nuestro país el desconfinamiento, paso a paso, aunque en algunos casos hemos tenido que volver atrás. Comienzo estas letras acentuando la importancia de que sigamos cuidándonos y siendo responsables con las libertades que poco a poco se nos devuelven, que los riesgos aún son altos. Soy consciente de que esto que les pido, contradice un poco lo que viene a continuación.

El evangelio que proclamamos hoy encierra una paradoja: el movimiento de Jesús hacia Jerusalén junto con sus discípulos lo llevará a sufrir, hasta dar la vida en la cruz, por enfrentarse con quienes tienen la intención de darle muerte. ¿Quién en su sano juicio puede querer algo así? En este pasaje del evangelio Él mismo lo explicita, aunque quienes lo acompañan ya se van dando cuenta del fervor que despierta en las muchedumbres, y la oposición que eso genera entre los “ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas”, la clase dirigente que lo considera una amenaza, y por tanto quiere borrarlo del mapa. Pedro, el impulsivo pescador, profundamente humano, se planta delante para impedir que Jesús siga su camino y ponga en riesgo, desde su comprensión del asunto, su vida y proyecto.

Pedro, y con él los demás, no ha entendido algo, y tardará un tiempo en comprenderlo. Si el grano de trigo no muere, no da fruto. La vida de Jesús, y las nuestras también, se plenifican cuando se entrega, eligiendo el bien y no lo que circunstancialmente nos conviene. Es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Su proyecto no es otro que el Reino de Dios, que se realiza y hace presente en cada gesto de entrega y amor desinteresado, como de quien sana, libera y sirve sin esperar recompensa, más que la bienaventuranza y alegría asociada.

Ante la disyuntiva de ir a Jerusalén, el lugar del riesgo y de la probable muerte, o echar pie atrás salvando el propio pellejo, Jesús no se pierde. Con dureza le dice a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mi Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” El horizonte de Jesús, insisto, es el de la realización de la voluntad de su Padre, eso que llamamos el Reino de Dios: un horizonte escatológico que se concreta ya en este tiempo presente, en cada gesto de amor y entrega, de ofrenda de la propia vida. ¡Donde hay amor y caridad, Dios ahí está! Jesús nos invita, con Pedro, a seguir sus pasos, a ir detrás de Él, a no ser un obstáculo para su presencia y acción redentora en el mundo.

En el contexto en que estamos, muchos indicadores muestran que vamos perdiendo. La economía ha retrocedido varios puntos del PIB, se han destruido millones de empleos que sin duda tardarán un tiempo en recuperarse. ¿Volveremos alguna vez a lo mismo que antes? Miles de familias, empujadas por la pérdida de sus fuentes de trabajo, y la imposibilidad de pagar arriendos, se van a vivir en campamentos. En muchos lugares escasean los alimentos, falta la salud, falta también compañía, especialmente entre las personas mayores que han debido estar especialmente confinadas.

La primavera anuncia brotes verdes. Ha reverdecido la organización comunitaria y de base, que atiende necesidades de alimento, y también de compañía. El sacrificio abnegado de los equipos médicos y de salud, de atención social a personas mayores o que viven en la calle, todo ello organizado y sostenido de muy distintas formas, ha sido y sigue siendo una buena y alegre noticia. Ante la emergencia se han ido moviendo las fronteras de lo posible, en destinación de recursos y otras iniciativas. Hemos valorado quizás como nunca los vínculos primordiales, esos que no nos están permitidos abrazar ni cultivar del todo por las medidas sanitarias.

Sigamos tras los pasos de Jesús, mirando nuestra vida con sus ojos, y preguntándonos hondamente, ¿qué haría Él en nuestro lugar? Que la respuesta a esta pregunta del Padre Hurtado siga haciendo brotar iniciativas que posibiliten el triunfo del amor por sobre el egoísmo.

                Fragmento del Evangelio:El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?(Mt. 16,21-27)

domingo, 2 de agosto de 2020

Todos comieron hasta saciarse

 El relato de la multiplicación de los panes que se nos ofrece hoy, apunta a una de las necesidades primordiales de toda persona: que no falte el pan en la mesa. La solución ofrecida por Jesús acentúa la importancia de la pertenencia a una comunidad, a un “nosotros”, que permite que subsistamos en la adversidad, en el descampado.

 El pasado 21 de julio se cumplieron 4 meses desde la primera víctima fatal del COVID-19 en nuestro país. Esta semana que ha pasado se ha dado inicio en algunas comunas el proceso que paso a paso debiera llevarnos al desconfinamiento. Vayamos despacito, que los rebrotes pueden ser muy dañinos, como ha estado ocurriendo en otros países.  Aún no somos capaces de vislumbrar la totalidad del impacto social y económico que esta emergencia sanitaria provocará. Lo que es claro es que con el frenazo a la economía, ha aumentado a niveles no vistos en décadas el desempleo, y con ello, comienza a arreciar el hambre. Se han activados distintas campañas de cajas de alimentos, las del gobierno y de muchísimas organizaciones de la sociedad civil. Se han activado también muchísimas ollas comunes. Hace algunos días, y tras un intenso debate en el congreso, existe la posibilidad de que quien así lo desee, saque el 10% de sus propios fondos previsionales para aliviar sus necesidades.

El relato de la multiplicación de los panes que se nos ofrece en la liturgia de hoy puede iluminar el momento que estamos viviendo. Ante la hora que avanza, y el hambre que empieza a arreciar entre la multitud que lo acompañaba, Jesús le dice a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”. Existía la posibilidad de desentenderse, de proponer que cada cual se las arreglara por sí mismo. Jesús ordena otra cosa. Sigue resonando en nosotros la petición que hacemos repetidamente en el Padre Nuestro: ¡¡Danos hoy nuestro pan de cada día!!

Vemos en este relato un modo de ser de Jesús que lo muestra muy conectado con la necesidad, toda necesidad. Ante el encuentro con la muchedumbre brota presurosa la compasión. Se pone manos a la obra, y con sus acciones comienza a sanar a los enfermos. ¿De qué necesitamos ser sanados nosotros? Del germen de individualismo que impide que construyamos comunidad y busquemos soluciones colectivas a los problemas que son de todos. Comer es mucho más que nutrirse ingiriendo alimentos: en torno a una mesa se gesta amistad, se acompaña la vida, se construye familia y hogar.

La vacuna contra el individualismo no es otra que crear fraternidad y comunidad. Compartir lo que tenemos, hacernos compañeros, hermanos. Urge que apoyemos y no demos la espalda a las necesidades y carencias, en sus más diversas formas. Urge que quienes puedan mantengan el compromiso con iniciativas que, por más pequeñas e insignificantes que parezcan – como parecían insignificantes los cinco panes y dos peces disponibles -  hacen ver en todo otro a un hermano.

Concluyo estas palabras haciendo un breve homenaje – se podría escribir un libro - al padre Josse van der Rest, S.J., fallecido el pasado viernes 24 de julio. Jesuita belga, en Chile desde 1958, desde entonces ha prestado diversos servicios como sacerdote en el Hogar de Cristo. Ha sido el gran impulsor de la Fundación de Viviendas del Hogar de Cristo (hoy Fundación Vivienda): por décadas atendió la necesidad de emergencia habitacional en las, entonces llamadas, poblaciones callampa. Se le reconoce como el inventor de la mediagua. Al crear el Selavip en 1971 extendió ese servicio a muchos países de América Latina, África y Asia. En sintonía con el evangelio de hoy, ha destacado por hacerse cercano y hermano de los pobres, compartiendo lo que tenía con los que no tenían mucho, construyendo comunidad y desatando solidaridad. ¡Descansa en paz Josse! ¡Sigue inspirando nuestro actuar en las circunstancias que enfrentamos nosotros hoy!

Fragmento del Evangelio:Jesús vio a una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. (…) Después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse” (Mt. 14, 13-21)