domingo, 27 de octubre de 2019

Humildad ante la crisis


(Leer el Evangelio del Día)
En esta parábola del fariseo y el publicano encontramos un buen espejo en el que evaluar nuestras actitudes cotidianas, tanto personales como colectivas: ¿Están más teñidas por la soberbia y la altanería o por la mansedumbre y la humildad?

Hace un par de semanas participé en una videoconferencia con jesuitas de otros países de Latinoamérica. La conversación comenzó comentando la realidad de cada uno de nuestros países. Tras escuchar lo que decían los demás, me permití afirmar que en Chile había relativa calma, que uno de los temas más tensos que estábamos viviendo era el de la integración social de los migrantes, y que nos disponíamos en diciembre a la realización de COP25. El mismo presidente Piñera señaló por esos días que Chile era como un oasis en medio del vecindario latinoamericano. Tan solo unos días después se agudizó el conflicto en el Instituto Nacional y, tras el alza de las tarifas del metro, se convocó a evasión masiva, y ahora estamos como estamos.
El evangelio de Lucas nos ofrece hoy esta parábola del fariseo y el publicano. En ella encontramos un buen espejo en el que evaluar nuestras actitudes cotidianas, tanto individuales como colectivas, ante Dios y los demás. ¿Qué predomina cotidianamente en nuestras vidas? ¿La actitud del fariseo que con una cierta soberbia se arroga el cumplimiento cabal de la ley, ilusa garantía de salvación, y mira con desprecio a los demás? ¿O la del publicano que se sabe pecador y frágil y por tanto ni siquiera se atreve a levantar la vista? Jesús valora esta última.
No es este el espacio para profundizar en las causas de la profunda crisis social y política en la que estamos inmersos, ni en las posibles vías de solución. De seguro otros columnistas de este mismo diario hoy mismo están ofreciendo algunas luces. Pero sí podemos hablar de actitudes que pueden ayudar a reconstruir confianzas, y desde ahí reconstruir el tejido social y la convivencia democrática en nuestro país.
La principal de esas actitudes es la humildad. Me gusta esta palabra porque hunde sus raíces en la tierra. Humus llamamos al producto resultante de la descomposición de materia orgánica, que permite hacer más fecunda la tierra. La humildad hace lo mismo en nuestra convivencia. Desde todos los sectores políticos se observa una cierta arrogancia de representatividad de alguna parte de la demanda social. Pero las voces de la calle son muy diversas. Requerimos mucha humildad para escucharlas en su amplitud y diversidad. Tal vez la descomposición de las confianzas y del tejido social, nos permita reconocer que tenemos que intentar por otros derroteros, y eso haga más fecunda nuestra vida en común.
En muchísimos lugares de Chile en esta semana ha sido posible encontrar iniciativas de encuentro y solidaridad. Ya sea para moverse de un lado al otro de la ciudad. O para ayudar a comprar algún remedio o pañales o alimentos que no se encuentran en el supermercado del barrio. Incluso para evaluar aumentar los sueldos más bajos en las empresas, sin que medie un cambio de ley. O buscando alianzas entre distintos municipios, como el de Las Condes y La Pintana. O sencillamente preguntándonos, ¿Cómo estamos? ¿Cómo hemos vivido estos días? ¿En qué nos podemos ayudar? Todo esto, ¿pudimos hacerlo antes? Claro, pero más vale tarde que nunca.
Lamento profundamente los hechos de violencia y destrucción que hemos visto, y sobre todo las muertes de personas en diversas circunstancias, que tendrán que ser investigadas y aclaradas. Al mismo tiempo, me esperanza la actitud humilde de muchos que se interrogan con seriedad por el mensaje tras el estallido social. Esperemos que esa humildad sea contagiosa, nos permita escucharnos con atención y desde ahí poder dialogar para volver a ponernos juntos de pie. No hay otro camino.


Cita del evangelio: “En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” Les aseguró que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla, será elevado” (Lc. 18,9-14).