Crisis de liderazgo (Mc. 1, 21-28)
En muchas instituciones y comunidades
observamos problemas serios de liderazgo y autoridad. A los profesores se les
hace muy difícil el control de los estudiantes en la sala de clases. Los papás
o mamás no encuentran muchos argumentos para que sus hijos vayan a la escuela: la
cantidad de niños que no van solo crece. A los carabineros se les hace cada vez
más difícil controlar el orden y la seguridad en amplios sectores de nuestro
país. Qué decir de los sacerdotes. Los políticos tampoco tienen mucho
ascendiente sobre sus representados, y los escándalos de lado y lado poco
contribuyen a promover liderazgos convocantes. “¡Contra toda autoridad, menos
la de mi mamá!”, rezaba un rayado en una calle de Santiago hace algún tiempo.
En el texto del evangelio según san
Marcos que proclamamos hoy se ve a Jesús que enseña con autoridad y que, al
menos los espíritus impuros que atormentaban a un hombre que le fue presentado,
le obedecen. Su liderazgo brota de la compasión, de poner al ser humano al
centro de su preocupación, y mostrar el rostro de un Dios misericordioso, lleno
de ternura, pero no por eso pusilánime: es capaz de increpar con fuerza y
determinación para sanar.
En el campo de la política, el
panorama no es muy auspicioso. Tal vez como este año es uno de elecciones, la
conformación de pactos pueda permitir alcanzar acuerdos y aglutinar fuerzas. La
polarización y el populismo van de la mano: para promover el bien común y el
cuidado particular de quienes entre nosotros son más vulnerables, urge bajar
las barreras ideológicas y considerar tanto la evidencia disponible como el
sentir mayoritario.
En la Iglesia católica ha habido una
positiva renovación del liderazgo con la llegada de Fernando Chomalí al
Arzobispado de Santiago. Está por verse si logra convocar a quienes están más
distanciados de la Iglesia. Con conciencia de que no basta una sola persona
para hacer transformaciones robustas y sistémicas, que ayuden a renovar
confianzas y restaurar el tejido eclesial tan debilitado, los católicos al
menos debemos poner de nuestra parte para sumarnos a sus esfuerzos.
Conversando con algunas parejas que
se disponen a celebrar su matrimonio, constato que el tiempo de preparación –en
“las charlas matrimoniales”– ha sido ocasión de volver a acercarse a la
parroquia cercana y redescubrir la riqueza de la fe vivida en comunidad. Debido
a la pandemia pero, sobre todo, a la crisis por abusos de sacerdotes y por
cierto a la secularización tan propia de la modernidad, la estampida entre los
jóvenes ha sido brutal. Aun cuando en tantos cunda el indiferentismo, muchos
siguen creyendo, pero sin pertenecer a una comunidad, y menos participar.
Inevitablemente eso provoca que la fe se debilite, y que su transmisión a la
siguiente generación se vea interrumpida. ¿Estaremos a tiempo de hacer algo?
La semana pasada celebramos un
aniversario más del nacimiento de San Alberto Hurtado: en la primera mitad del
siglo 20 su liderazgo y autoridad brotaban de una mística social robusta. En
las distintas etapas de su vida se mantuvo con los sentidos abiertos a las
necesidades de quienes vivían a su alrededor, y el procurar aliviarlas le hizo
cambiar de rumbo varias veces. Pidamos el regalo de renovar también nuestra
mirada para que surjan entre nosotros quienes nos lideren en adelante. Lo
necesitamos.
Texto breve del evangelio: Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a
otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad;
da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!”
ACLAMACIÓN AL
EVANGELIO Mt
4, 16
Aleluya.
El pueblo que se
hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras
regiones de la muerte, se levantó una luz. Aleluya.
EVANGELIO
Les enseñaba como
quien tiene autoridad.
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 21-28
Jesús entró en
Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas.
Y había en la
sinagoga de ellos un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a
gritar; “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para
acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.
Pero Jesús lo
increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El
espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese
hombre.
Todos quedaron
asombrados y se preguntaban unos a otros:
“¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de
autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!”
Y su fama se
extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.