domingo, 7 de julio de 2019

Reino de Dios


El impulso misionero de los primeros cristianos supone algunas actitudes fundamentales para los que somos creyentes hoy: la principal, la conciencia de que el Reino de Dios está cerca.

               Este domingo nos encuentra ya en pleno invierno en el hemisferio sur. La semana que ha pasado nos regaló contemplar la maravilla de la creación con un eclipse de sol que se pudo seguir en buena parte del territorio nacional. Mirando a la tierra y con los pies en ella, se ha activado en varias ciudades el Código Azul para cuidar a las personas en situación de calle. El paro de profesores continúa ya por quinta semana. La selección chilena jugaba ayer contra Argentina por el tercer lugar de la copa América  -escribo estas líneas sin saber el resultado- , y en el evangelio de Lucas que proclamamos este domingo, se nos muestra cómo Jesús va camino a Jerusalén enviando a sus discípulos por delante.
               Me ha impactado la noticia esta semana del barco que llevaba refugiados en el Mediterráneo: al descender en Lampedusa detuvieron a su capitana. Finalmente se ha impuesto la cordura y el sentido humanitario, y la han liberado. Un poco más cerca, en la frontera con Perú y Bolivia, cientos de ciudadanos venezolanos buscando refugio en Chile, han debido pasar días y noches a la intemperie.  El informe de la situación de los derechos humanos en Venezuela explica lo que ya sabíamos. En ambos casos se evidencia que los DDHH no tienen fronteras. Requerimos instituciones locales y supranacionales que los reconozcan y garanticen, poniendo siempre al centro a las personas en su igual dignidad.
Para renovar la vida de la Iglesia requerimos comunidades cristianas que actúen siguiendo los pasos de Jesús. De eso nos habla precisamente el evangelio proclamado hoy, donde se muestra que Jesús cuenta no solo con los doce, sino con setenta y dos: en ello se expresa que la comunidad misionera es mucho más amplia que su grupo más cercano. Encontramos en el envío en misión por parte de Jesús a sus discípulos algunas notas fundamentales: la primera es mandarlos como “corderos en medio de lobos”, que ofrecen el regalo de la paz ahí donde llegan. El Espíritu de Jesús promueve el encuentro y el entendimiento, en medio de tensiones, conflictos y agresividad. La segunda nota es el abandono en la providencia, expresada en ir ligeros de equipaje y en recibir agradecidos la hospitalidad que se ofrezca. Me llama la atención, finalmente, que ya sea ante la aceptación del mensaje y su acción sanadora, o ante el rechazo, hay una expresión que se repite: el Reino de Dios está cerca. ¿De qué se trata esto?
               En primer lugar, que la acción del Espíritu va soplando donde quiere, conduciendo la historia, incluso entre quienes no acepten a los misioneros ni se reconocen creyentes. Y no tiene necesariamente que ver con determinadas prácticas de piedad de un grupo de elegidos, sino con la apertura al don de sanación que brota en cada encuentro verdadero entre personas que quieren construir comunidad. Luego, que el anuncio supone la libertad honda del que lo recibe, lo que incluye la posibilidad del rechazo, por las razones que sea. La Paz ofrecida por Jesús no es ausencia de conflictos o discordias, sino confianza fundamental en el amor de Dios que no nos abandona nunca. Nunca. Por último, que el mensaje central del cristianismo no es una doctrina que transmitir, sino un testimonio que dar: haciendo la vida en sociedad más humana, en cercanía a los excluidos y enfermos que requieren sanación, tejiendo amistad y fraternidad con todos.

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General  del Hogar de Cristo

“En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.” (Lc. 10, 8)