Nos encontramos hoy domingo celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor, antesala de Pentecostés, venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que nos convocará la próxima semana. Ya culmina el tiempo pascual: durante varias semanas hemos estado volviendo sobre la vida de las primeras comunidades cristianas, con el relato del impulso misionero que ha tenido a Pedro y Pablo como columnas de la primitiva iglesia. El primero en atención al núcleo más cercano a los judíos que fue el círculo más original de la acción itinerante de Jesús; el segundo abierto a los gentiles, toda la humanidad, también destinataria de ese mismo mensaje liberador.
Me llama la atención cómo en el
texto del evangelio que proclamamos hoy, no se esconde que algunos de los
discípulos de Jesús dudaron de su presencia resucitada. Y es que la duda es
parte de todo proceso humano que es libre, como lo es precisamente la
experiencia creyente. Ayer y hoy nos enfrentamos a la vida y a la muerte con pocas
certezas. Escuchando en nuestras vidas el mensaje de Jesús, siempre es una
posibilidad dudar, e incluso darle la espalda a ese mensaje.
Me llena de consuelo que el
evangelista señale la duda de los discípulos. Expresa que son personas comunes
y corrientes, que a través del uso de la razón, los pensamientos, los sentidos,
se van relacionando con los demás, y particularmente con Jesús en sus vidas.
Ahora que ha muerto, tal vez aún con un profundo miedo que todavía no se ha
transformado en esperanza, desde su condición humana, algunos dudan.
¿Qué transformará esa duda en
certezas, tanto así que ellos mismos ofrendarán sus vidas tal como lo hizo su
maestro? El resto del evangelio de hoy nos da algunas pistas. En primer lugar la
misión recibida: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos…”. Y sobre todo la promesa de que Él mismo estará acompañándoles,
habrá que ver de qué maneras: “Yo estaré con Uds. todos los días hasta el final
del mundo”.
La misión remite a una experiencia
fundante, la de compartir lo que ellos a su vez han recibido, y ese será el
motor que impulse la acción de anuncio de buenas noticias por distintas partes:
la primera, que el amor incondicional de Dios alcanza para todas las personas,
que en Jesús nos reconocemos todos hijos amados, y que hemos recibido como
regalo grande el mandamiento del amor que lo transforma todo.
Hace un par de semanas tuvimos en
nuestro país nuevas elecciones en el marco del proceso constitucional. El
péndulo parece haberse movido bastante. Entre quienes somos creyentes,
confiemos que el Señor va conduciendo la historia y nos invita a participar
activamente de ella, con nuestro trabajo y reflexión, y también con nuestra
oración. Desde la fe que se nos ha regalado, con los pies bien puestos en la
tierra, recibimos la misma pregunta que hacen los ángeles a los discípulos en
la primera lectura “¿Por qué siguen mirando al cielo?”. Pidamos la gracia
grande de dejarnos impulsar por el Espíritu Santo para colaborar a que nuestro
país sea cada día más acogedor, próspero e inclusivo con todas las personas que
vivimos acá.
Fragmento del Evangelio: “Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron” (Mt. 28, 16-17)
EVANGELIO
Yo he recibido todo poder en el
cielo y en la tierra.
+ Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Mateo 28, 16-20
Después de la resurrección del
Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había
citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía
dudaron.
Acercándose, Jesús les
dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan,
y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que
Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.