Al comenzar estas letras les deseo hayan pasado una muy feliz Navidad junto a sus familias y seres queridos. Este domingo seguimos dentro de la octava de Navidad, celebrando la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. El texto del Evangelio nos muestra uno de los misterios gozosos de la vida de Jesús: cuando al cumplir 12 años –hito que marcaba entonces el fin de la niñez– va con sus padres a la acostumbrada peregrinación a Jerusalén, se pierde de ellos, y tres días después lo hallan enseñando en el templo.
Es este un relato lleno de símbolos que prefiguran
de alguna manera toda la vida de Jesús que se propone contar el evangelista:
atado a sus padres y dependiente de ellos durante la niñez, se sabe amado de su
Padre Dios –así nos enseñará a llamarlo– y se dispone a hacer su voluntad. Esto
lo llevará algunos años después a dejar su casa, su tierra, su familia, el
oficio que aprendió de José, para vivir anunciando y haciendo presente el reino
de Dios; los tres días que sus padres lo buscan, pensando tal vez que le ha
ocurrido alguna desgracia, anticipan los tres días entre su muerte y
resurrección; quienes debieran ser instructores por su calidad de doctores de
la ley, son enseñados por quien reconocemos como la mismísima Palabra de Dios
hecha carne e historia.
Este acontecimiento es, además, un espejo de lo que
toda persona debe hacer para crecer: desprenderse de quienes han sido sus
progenitores para asumir con la mayor libertad posible, y considerando lo que
le han transmitido y enseñado, cuál es la misión particular que tiene en esta
vida. La llamada universal a la santidad, a la unión con Dios creador para
participar precisamente de la tarea cocreadora, puede tomar tantas formas como
personas somos. Al ir creciendo, vamos eligiendo entre las posibilidades que se
nos ofrecen, con los sentidos abiertos a lo que ocurre alrededor en nuestras
distintas comunidades de pertenencia, y a las resonancias que ello provoca en
nuestro interior.
Esta historia y la vida de Jesús puede llevarnos también
a una reflexión sobre el modo como estamos tratando en nuestro país a quienes
apenas han llegado al mundo y debiéramos ayudar a crecer. Para empezar, cada
vez son menos quienes nacen. Somos el país de la OCDE que ha sufrido el mayor
descenso de la tasa de natalidad en los últimos años. Entre que “está muy caro
el kilo de guagua”, como le escuché decir a una persona que había decidido no
tener hijos, a otras consideraciones ideológicas o de descontento con el mundo
actual que llevan a esa misma decisión. Pero entre quienes nacen, hay quienes
no tienen la suerte de contar con una familia que –por las razones que sea– les cuide y crie. Aún no contamos con una institucionalidad
que posibilite la existencia de sala cuna universal. Muchos niños sufren
violencia, y subsiste una crisis mayor en el sistema de protección (ex Mejor
Niñez, ex SENAME). Además, somos testigos del desinterés generalizado por la
realidad dolorosa de quienes sufren rezago escolar y a la larga abandonan el
sistema. ¿Qué futuro les espera?
Ojalá que en este 2025 que ya comienza dentro de
poco –año de elecciones presidenciales y parlamentarias– se puedan discutir con
altura de miras los incentivos, políticas e instituciones, que favorezcan que
todos en Chile, partiendo por los más pequeños entre nosotros, puedan crecer.
Fragmento del evangelio: “Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre” (Lc. 2, 41)
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 2,41-52
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la
Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada
la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que
ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un
día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo
encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de Él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la
Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban
asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo:
“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que
tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que
Yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Ellos no entendieron
lo que les decía.