Diversidad (Mt. 2, 1-12)
Con la celebración de la Solemnidad de la Epifanía del
Señor, culmina hoy el tiempo de Navidad. En otras latitudes es el día para los
regalos, pues hoy precisamente recordamos a los Reyes Magos que, viniendo de
lejos, trajeron regalos al niño Jesús. Si el principal regalo para la humanidad
entera en estas fiestas es la realidad del Dios que se ha hecho carne e
historia, con ese mismo motivo nos hacemos regalos unos a otros.
Se han destacado distintos aspectos de esta fiesta a
lo largo de los siglos. Quizás lo más relevante, y es por lo que lleva el
nombre epifanía, es que en ella reconocemos que la buena noticia, que es el
nacimiento de Jesús, no lo es sólo para su familia, ni para los de su raza,
sino para toda la humanidad, la de occidente y de oriente, del norte y del sur.
La manifestación del niño Jesús se presenta asimismo como un acontecimiento
cósmico, anunciado por la estrella que ha guiado a los magos hasta el pesebre.
¿Qué nos invita a celebrar esta fiesta a nosotros hoy?
Me atrevo a señalar que uno de los aspectos más
relevantes es que las diferencias raciales, culturales, hasta las religiosas,
no debieran nublarnos la mirada respecto de los anhelos de fraternidad
universal inscritos en el hecho de reconocernos seres humanos, personas, con
una igual dignidad.
Cada vez que nace un niño, la humanidad entera se
llena de esperanzas: es la ocasión de un nuevo comienzo, y la posibilidad de la
trascendencia en el tiempo de las diversas manifestaciones de la cultura, con
la expectativa de que vayamos mejorando cada vez. La vida humana amenazada, en
el caso del texto del evangelio que proclamamos hoy por las torcidas
intenciones del rey Herodes, invita a probar caminos distintos.
Si hay algo que ha caracterizado a nuestro país las
últimas décadas, es que nos hemos transformado en receptores de personas
migrantes: la mayoría de Colombia o de Venezuela, también de Haití. La
valoración de la riqueza cultural que nos ofrece el encuentro con personas que
vienen de otras partes debiera sobreponerse por mucho a las dificultades que ha
implicado su llegada. Baste decir, como un ejemplo, que en muchísimas
parroquias la vida de la comunidad se ha renovado profundamente con la
presencia y participación de familias de otros lugares: quienes vienen de otras
latitudes son, comparativamente, más practicantes de su fe que los chilenos;
además están teniendo los hijos que las familias chilenas no quieren tener, y
los están bautizando; nos han aportado con fiestas, devociones y tradiciones
distintas a las acostumbradas entre nosotros; ya no celebramos solo las fiestas
patrias chilenas, con sus sabores, bailes y comidas, sino las de otros lugares,
en otras fechas y con otras tradiciones. Esto mismo se puede extender a las
dinámicas en los lugares de trabajo, jardines infantiles, colegios y
universidades, y un largo etcétera.
Estamos en un año de elecciones: se estima que
alrededor de un millón de personas nacidas en el extranjero tendrán derecho a
voto en el mes de octubre. Dios quiera que prontamente se alcance la paz social
y política en aquellos lugares desde donde vienen huyendo tantos migrantes, y
puedan retornar a sus países: pocas cosas hay más dolorosas y tristes que el
desarraigo, el no tener redes con las que contar en caso de una urgencia, la desadaptación
cultural o la soledad. Mientras tanto, sigamos trabajando por transformar
nuestras ciudades e instituciones para que seamos realmente acogedores con
quienes han querido compartir su vida con nosotros.
ACLAMACIÓN
AL EVANGELIO Mt 2, 2
Aleluya.
Vimos su
estrella en Oriente y hemos venido a adorar al Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Hemos
venido de Oriente a adorar al rey.
+
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 2, 1-12
Cuando
nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de
Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los
judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo”.
Al
enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces
reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para
preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron,
porque así está escrito por el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá,
ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de
ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel’”.
Herodes
mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la
fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles:
“Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan
encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”.
Después de
oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los
precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron
la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño
con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus
cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños
la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por
otro camino.
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