Ver y creer (Jn. 20, 1-9)
Escribo en este Domingo de Pascua para compartir la
alegría de la fiesta de la Resurrección de Jesús, a la que sumo algunas
reflexiones en base a una experiencia que hemos vivido el último tiempo, y que
de distintas maneras nos ha afectado a todos. Me refiero a los incendios que
asolaron buena parte de los cerros de Viña del Mar y otros sectores de la
Región de Valparaíso a comienzos de febrero. Hace algunos días pude ir a
visitar a los equipos del Hogar de Cristo, tanto del Programa de Atención
Domiciliaria de Adultos Mayores (8 participantes de ese programa quedaron “con
lo puesto”) como del de Primera respuesta que está acompañando, con duplas
psicosociales, a cerca de 300 familias que también lo perdieron todo. Ha habido
mucho despliegue de distintas organizaciones y autoridades, pero considerando
las urgentes necesidades básicas, parece lenta la labor de reconstrucción.
Me sobrecogió el testimonio de nuestras compañeras
de trabajo así como las palabras de gratitud de las dirigentes (en ambos casos
la gran mayoría son mujeres) de las comunidades afectadas en el campamento
Manuel Bustos. Una de nuestras compañeras decía: “Algunas personas sienten
total desesperanza y abandono, preferirían no haber sobrevivido el incendio”.
Otra compartía una experiencia distinta: “Sorprende que, a pesar de las
adversidades nos reciban con amabilidad, un abrazo, una sonrisa en la cara”.
Una de las dirigentes agradecía el compromiso permanente del Hogar en el
territorio, y la rápida respuesta para estar presentes prácticamente el mismo
día del incendio.
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús,
eso que llamamos el Misterio Pascual, es un muchas ocasiones un reflejo de
nuestra propia vida. Cuando tropezamos o caemos, estamos invitados a ponernos
de pie. Cuando el dolor, la muerte o la oscuridad nos nublan la mirada, la
esperanza, la alegría y la vida nos muestran un camino a seguir.
En el relato del Evangelio que proclamamos hoy, el
anhelo de una presencia que ya no está hace ir a María Magdalena de madrugada
al sepulcro. Es la primera testigo de la resurrección. Ella va a buscar a los
demás y comunica lo que ha visto. Se destacan dos verbos en este relato, ver y
creer. Todos sabemos que vamos a morir. Jesús murió en la cruz, y hasta ahí no
hay mucha novedad, pasó por lo que pasan todos los seres humanos. Lo improbable
que se regala en esta fiesta de Pascua, la resurrección de Jesús, es una
invitación a creer más allá de las apariencias.
Muchas personas en nuestro país han dejado de
creer: en las autoridades, en las instituciones, en la Iglesia, también en Dios
y su acción redentora en el mundo. Pues ocurre que por todos lados hay
expresiones de no confiabilidad. Las promesas hechas a las personas que han
perdido todo en los incendios, y que se puede extender a muchas otras
dimensiones de nuestra vida, chocan con las trabas burocráticas y
descoordinaciones que hacen muy demorosas las concreciones urgentes. Esa
exasperante lentitud hace que las personas pongan manos a la obra y se
organicen. Es lo que ha ocurrido con los campamentos, expresión del déficit
habitacional, del hacinamiento y del alto costo de los arriendos. Con otros
temas como seguridad, salud, pensiones o educación, no está al alcance de las
personas el proveerse por sí mismas de la solución: se requiere la acción
colectiva, coordinada o al menos promovida por el Estado.
Sumerjámonos en la dinámica redentora de la Pascua
que celebramos hoy y pidamos el regalo de que crezca nuestra fe, en el ser
humano, en las comunidades organizadas para el bien común, y en el mismo Dios
que nos regala su Espíritu para que una y otra vez nos pongamos colectivamente de
pie.
Fragmento del Evangelio: El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn. 20, 1-2)
EVANGELIO
Él debía resucitar de entre los muertos.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro,
María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió
al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les
dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos
juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después
llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el
suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con
las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo,
que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido
que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.