domingo, 31 de julio de 2022

Desapegos

 

Desapegos (Lc. 12, 13-21)

El relato del evangelio según san Lucas que proclamamos hoy es elocuente y directo: nos advierte del apego desordenado a las riquezas que puede hacer que acumulemos sin considerar lo efímero de la vida o sin que tengamos en cuenta a quienes están alrededor. Un dato que con facilidad olvidamos es que desnudos nacemos y así tal cual vamos a morir. En este paréntesis que es la vida, transitamos juntando y conectando palabras, saberes, amores, experiencias, bienes y más.

Hoy, 31 de julio, celebramos a San Ignacio de Loyola. La espiritualidad ignaciana nos enseña que seremos más felices y plenos, encontrando y poniendo por obra la voluntad de Dios. Ello se logra cuando libres de afectos y apegos desordenados, sintonizamos con la corriente liberadora y sanadora de Jesús que nos impulsa a amar y servir.

Un buen primer paso para el desapego es la gratitud. ¿Qué de lo que tienes o sabes no lo has recibido de otras personas, tus padres o tus profesores, de Dios? ¿O de los esfuerzos colaborativos de muchísimas personas? ¡Agradece! La gratitud es antídoto contra la soberbia, vehículo de humildad, posibilitadora de la generosidad.

Un segundo paso para el desapego es la conciencia de la interdependencia que tenemos unos con otros. Nos necesitamos e impactamos unos a otros, aunque no nos encontremos ni nos conozcamos. ¿Qué esfuerzos personales puedo hacer para contribuir al bien común?

Los apegos que nos atan pueden ser “riquezas” de distinta naturaleza. Una madre o un padre puede impedir que un hijo crezca y adquiera autonomía si lo ahoga con sus cuidados e impide que se equivoque o se pierda en el camino. Un trabajador social o un terapeuta puede impedir que una persona en situación de calle o con discapacidad florezca si el apoyo que le brinda es asfixiante y no le permite desplegar capacidades.

Mañana comienza el mes de agosto, que en nuestro país desde hace décadas ha sido denominado Mes de la Solidaridad, en memoria de San Alberto Hurtado. Este año se cumplen, el jueves 18, setenta años de su muerte. La fundación que lleva su nombre nos interpela con la pregunta “¿Podemos estar tranquilos?”. Esta expresión recuerda las palabras de Gabriela Mistral que acompañan la invitación a poner una rama de aromo sobre la sepultura del padre Hurtado, “que tal vez sea un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente”.

El fundador del Hogar de Cristo fue un incansable apóstol de la misericordia, y se ocupó de acoger a quienes morían de frío en las calles de Santiago, convocando para ello a quien quisiera sumarse. Decía que no podemos quedarnos tranquilos mientras haya algún dolor que mitigar. ¿Qué nuevos dolores y necesidades reconocemos a nuestro alrededor? Menciono cuatro: son cientos de miles los niños y niñas que pudiendo ir al colegio, no van; también es enorme el déficit habitacional, que entre campamentos y hacinamiento crítico llega a poco más de 600 mil familias; en situación de calle hay oficialmente casi 20 mil personas, aunque todo indica que son muchas más; el flagelo de la inflación está afectando los bolsillos de familias e instituciones.  Para aliviar tanto dolor nuestras propias fuerzas no alcanzan y entonces tenemos que sumarnos a otras personas e instituciones, tanto públicas como privadas, para reaccionar oportunamente, transformando conciencias y estructuras, y promoviendo al mismo tiempo la inclusión y dignificación.

Intentemos en este Mes de la Solidaridad desarrollar los sentidos y virtudes que el padre Hurtado vivió y nos sigue invitando a vivir: una de ellas es el desapego. Son muchas aún las necesidades y dolores que requieren la concurrencia de esfuerzos y voluntades. Pongamos al servicio del bien común aquello que tenemos, aquello que sabemos, todo aquello que hemos recibido.

Fragmento del Evangelio: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (Lc. 12, 15)

domingo, 10 de julio de 2022

Prójimos

Pasadas las fiestas de Pascua, hemos retomado hace algunas semanas el Tiempo Ordinario en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica. Domingo a domingo estamos leyendo el Evangelio según san Lucas. Hoy se nos ofrece la parábola del Buen Samaritano, con la que Jesús responde las preguntas: ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Quién es mi prójimo?

La respuesta en forma de relato es una preciosa catequesis acerca de lo primordial de la Ley: aquellas tradiciones, mandamientos, historias, que –de generación en generación–iban configurando aquello que la comunidad reconocía como Buen vivir. Quien cumple lo medular de ello, en este relato, es el extranjero, el samaritano, que probablemente no conocía los preceptos de la Ley, pero que los vive en forma de compasión.

Esta parábola ha sido puesta como pórtico de entrada de la encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social, dada a conocer hace un par de años. Vuelvo a recomendársela, querido lector, querida lectora: sigue siendo un escrito con invitaciones muy vigentes. Algunos guiños a su contenido, que busca actualizar la parábola en los tiempos que corren, dicen relación con darse cuenta de lo que le ocurre a los demás, estar con los sentidos abiertos y, cuando es menester, dedicar tiempo, detenerse. Se trata de evitar confundir lo que está bien con lo que conviene. Es también una invitación a la colaboración, a contar con los demás en sentido amplio: como el samaritano que confía al posadero el cuidado del hombre malherido al lado del camino.

Pasado el año que fue el plazo señalado para la redacción de una propuesta de nueva constitución, hemos conocido el lunes el escrito final de este esfuerzo deliberativo. Tendremos ahora un tiempo de dos meses, hasta el 4 de septiembre, para conocer en profundidad el texto y preguntarnos si es lo mejor para nuestro país. Las páginas de la propuesta no son las tablas de la ley escritas en piedra ni han sido reveladas por Dios, sino un texto que ha sido redactado por compatriotas elegidos democráticamente, acogiendo la diversidad presente entre quienes habitamos esta tierra. Como todo esfuerzo humano, es perfectible.

Me ha sorprendido de los últimos años la polarización creciente que hemos experimentado en nuestro país. Es evidente que hay divisiones y diferencias profundas entre nosotros. Las distintas aproximaciones y opiniones ante el proceso constitucional puede ser expresión de los abismos de distancia entre personas que debiéramos entender como prójimos. Es muy difícil discrepar y mirarse como legítimos otros, cuando lo que está en juego son posiciones más bien ideológicas o que tocan intereses particulares que con facilidad descuidan el cuidado del bien común. O cuando tratamos a los demás desde los prejuicios o encasillamientos, sin dialogar o provocar verdaderos encuentros. Cuando no salimos de nuestras propias trincheras que pueden enceguecernos o hacernos insensibles a los dolores de las demás personas. Hagamos, en lo cotidiano, lo que esté a nuestro alcance para que ocurra lo que anhelamos ahora y a contar del 4 de septiembre en la noche: que nos reconozcamos y tratemos como prójimos que somos, sea cual sea el resultado de la votación.

Fragmento del Evangelio:  Un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó d os denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. – “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?” - “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. - Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”. (Lc. 10, 33-37)