domingo, 21 de abril de 2024

Dignidad

Dignidad (Jn. 10, 11-18)

El evangelio del día de hoy, cuarto domingo de Pascua, presenta a Jesús como el buen pastor que “da la vida por sus ovejas”; que las conoce por su nombre y ellas reconocen su voz; que presenta un anhelo de fraternidad universal, para que haya “un solo rebaño”. La sabiduría del evangelio es práctica, nos invita a amar y servir muy concretamente. Esta fiesta de Jesús Buen Pastor, es también una invitación a ser buenos pastores unos de otros, a cuidarnos, a ayudarnos a ponernos de pie cuando caemos, a buscarnos si estamos perdidos, y estar particularmente atentos a quienes por distintas razones van quedando al margen.

Hace algunos días se dio a conocer la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano, “Sobre la dignidad humana”. Es un documento que vale la pena leer y meditar en profundidad. Se enmarca en el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, precisamente, reconoce en su primer artículo la dignidad inalienable de toda persona por el hecho de existir, independiente de su nacionalidad, raza, edad, sexo o religión. Sabemos que no basta con declarar algo para que ocurra, pero  al mismo tiempo valoramos el avance civilizatorio que significa reconocer ciertos derechos, pues nos indican un modo de tratarnos que en un marco de convivencia social se hace exigible, especialmente a los Estados.

Las graves violaciones a la dignidad humana mencionadas en la declaración incluyen –entre otras–  el drama de la pobreza y la abismante desigualdad, el trabajo esclavizante de los migrantes forzados, la trata de personas, el abuso sexual, la violencia contra las mujeres, el aborto y la violencia digital.

Hemos conocido también hace unos días la noticia del aumento significativo de personas en situación de calle en nuestro país: desde el año 2017 se han duplicado, llegando a ser poco más de 21 mil personas. Sabemos que los registros tienden a no ser completos, de seguro son muchas más. En el Censo en curso habrá una preocupación particular por contarlas y caracterizarlas, para ver cómo atender sus dolores y necesidades. La situación de calle en nuestras ciudades es quizás la expresión más extrema del atropello a la dignidad humana.

Es sabido que el principal motivo para que alguien llegue a la calle, junto con el impacto de una crisis económica o laboral, es la ruptura de vínculos, que luego provoca para quien no tiene otras redes a las que acudir, quedar “con lo puesto”. En un alto porcentaje de casos esto lleva a caer en el consumo problemático de alcohol y otras drogas, y una espiral creciente de “incivilidades”. Así les ha dado por llamar a las autoridades a algunas conductas perturbadas y perturbadoras de personas que de algún modo han perdido su dignidad. Se hace muy dolorosa, por cierto, la incivilizada indiferencia e indolencia que nos hace “cruzar a la vereda del frente” y que muy concretamente implica que no contemos con sistemas e instituciones públicas robustas que tiendan una mano reparadora a todas las personas que no tienen casa y viven en la calle.

Ahora que se acerca el invierno con sus fríos, intentemos que sea cierto lo que afirmamos de la dignidad inalienable de cada persona por el hecho de existir.

 Fragmento del Evangelio: “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.” Jn. 10, 11 

 

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 10, 11-18

Jesús dijo:

Yo soy el buen Pastor.

El buen Pastor da su vida por las ovejas. 

El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.

Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí, -como el Padre me conoce a mí y Yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recobrarla.

Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo.

Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre.