miércoles, 1 de marzo de 2017

Peregrinación a Taizé

El lugar de acogida y el campanario que llama a la oración
Hace unas semanas, entre el primer y el segundo semestre de los estudios que realizo en Roma, se me regaló la posibilidad de ir a Taizé. Situado cerca de Cluny - antiguo monasterio central de la orden benedictina que configuró Europa desde el siglo XI, en la Borgoña francesa - la comunidad de Taizé es un lugar de peregrinación impresionante.




Antigua iglesia románica de Taizé
Los orígenes de esta comunidad se remontan a los tiempos de la segunda guerra mundial, cuando muchas personas arrancaban en busca de refugio. Francia estaba dividida en dos: el pequeño pueblo de Taizé quedaba a pasos de la frontera. El hermano Roger - fundador de la comunidad - ante la emergencia consiguió esconder a muchas personas, aunque al mismo tiempo comenzó a preguntarse cómo crear un espacio inclusivo, de encuentro, que dejaran de odiarse y matarse quienes decían compartir la misma fe, hermanos, hijos del mismo Padre Dios (algo más de la historia de la comunidad se encuentra acá). El hermano Roger fue asesinado en agosto de 2005. Sus restos descansan en las afueras de la pequeña iglesia de Taizé. Se puede saber algo más de su vida acá.


Al llegar a la Comunidad me recibieron muy amablemente. Solo había en esos días 800 personas, sobre todo jóvenes, me dijeron. Durante el verano llegan a haber más de 5000 personas cada semana, quedándose de domingo a miércoles o de jueves a domingo, o bien la semana entera. Para el alojamiento han habilitado una suerte de barracas-habitaciones, con 3 camarotes cada una. Además durante el verano es posible acampar. Para quienes prefieran hacer un retiro en silencio hay también un espacio habilitado.

El espacio principal de oración en Taizé: la Iglesia de la Reconciliación.
El centro de la vida en la comunidad de Taizé se encuentra en la oración común, que se realiza tres veces al día en la Iglesia de la Reconciliación: temprano en la mañana, al mediodia, al atardecer. Entre medio se ofrecen espacios de catequesis bíblica, para aprender la música, prestar algún servicio de limpieza o preparación de alimentos, encuentros por países, alguna charla temática ofrecida por algún visitante especialista. Estando allá me tocó saber de la situación de los cristianos perseguidos en Medio Oriente. También escuché a uno de los hermanos de Taizé hablar de la experiencia de encuentro entre cristianos y musulmanes en distintos lugares del mundo. Los hermanos viven de su trabajo: algunos de los productos que fabrican artesanalmente, además de los libros con los cantos y la música, se pueden comprar en una tienda.


Con el hermano Claudio
Tuve la suerte de encontrarme con uno de los hermanos de la comunidad de Taizé que es chileno. Claudio - originario de Concepción - me invitó a almorzar el domingo con los demás hermanos. También hice amistad con peregrinos de Holanda, Canadá, Alemania, Bélgica y Francia. Algunos venían en grupos, otros solos: nos encontramos en los distintos talleres que se ofrecían. En un espacio así se hace fácil bajar las barreras que ponemos cotidianamente al encuentro con el que está al lado y entablar conversación y amistad.

Con amigos de Bélgica y Francia



Por estos meses se cumplen 500 años del momento en que Martín Lutero pegó sus 95 tesis en la iglesia del castillo de Wittenberg. Es bien conocida la historia posterior de reforma, contrareforma, excomunión, distancia, desencuentros, hasta guerras y persecuciones violentas. Recién en los últimos 60 años se ha promovido con insistencia desde la Iglesia Católica la integración, el encuentro, el diálogo profundo con otras Iglesias cristianas, intentando hacer posible la esperanza de vivir juntos.

Inspirados en la experiencia de Taizé, en muchos lugares del mundo se realizan periódicamente encuentros de oración usando sus cantos e invitando a una experiencia ecuménica. En las últimas décadas se ha profundizado también en el encuentro interreligioso, más allá de las fronteras del cristianismo.


Con amigos de Canadá, Alemania y Holanda

Alejada del ruido y la vertiginosa vida de las ciudades, la comunidad de Taizé me ha confirmado la importancia del encuentro, la fraternidad y el diálogo, incluyendo en todo ello la oración común de alabanza al Dios creador y redentor. Lejos de la ciudad y el mundanal ruido - como antiguamente se erigían monasterios - el modo de acoger a peregrinos de todas partes del mundo y de invitar a la plegaria común que pude percibir en Taizé es una invitación para la vida en las ciudades.