domingo, 4 de agosto de 2024

Pan

 Pan (Jn. 6, 24-35)

Desde el domingo pasado, y por las siguientes tres semanas, estaremos leyendo el llamado discurso del “Pan de Vida” tal y como se encuentra en el capítulo sexto del evangelio según san Juan. Tras la multiplicación de los panes - el relato de la semana pasada - Jesús ofrece una reflexión bien profunda acerca del sentido de las búsquedas humanas en diálogo con quienes acuden a su encuentro. ¿Por qué lo buscan? ¿Porque multiplicó el pan y permitió que miles de personas saciaran su hambre?, o ¿hay algo más?

El pan es “fruto de la tierra y del trabajo humano”, como decimos al celebrar la misa, en la oración del ofertorio. Una larga cadena de operaciones permite que cada día tengamos pan en la mesa. Alguien tiempo atrás se preocupó de preparar la tierra y de sembrar. Esperó pacientemente que creciera el trigo. A su debido tiempo cosechó y molió luego el grano para hacer harina. En otro lugar amasó el pan con otros ingredientes y lo horneó. Finalmente, de formas bien diversas, llegó a la mesa y lo podemos comer. El que veneremos la presencia real de Jesús en forma de pan, de algún modo conecta toda la cadena de esfuerzos humanos para llegar al pan, con la vida divina que se nos ofrece místicamente.

Cuando en la Misa el sacerdote recuerda las palabras de Jesús “Hagan esto en conmemoración mía”, ¿se refiere simplemente a juntarse para celebrar la misa? En mi entender es mucho más que eso: se trata de conectar profundamente, y en lo cotidiano, con la vida de Jesús, entregada y ofrecida por amor. Nos congregamos para celebrar agradecidos, pero desde ahí somos enviados a vivir día a día aquello que creemos y celebramos. El comulgar con Jesús en la Eucaristía ha de llevarnos a la comunión fraterna con toda persona: el poder transformador de una vida entregada por amor es como levadura en la masa. He aquí que afirmemos como Iglesia ser también el Cuerpo de Cristo, que se parte y comparte para la vida del mundo.

De un modo similar, en un discurso titulado “Hambre de Pan y Evangelio”, ofrecido en un Congreso Eucarístico realizado a fines de los años 70, Pedro Arrupe, entonces superior general de la Compañía de Jesús, afirmaba que la Eucaristía estaba incompleta en todo el mundo si en algún lugar del mundo alguien sufría hambre. La conexión del sacrificio eucarístico, que es expresión de la vida ofrecida por Jesús, con las grandes dificultades de entonces para que una buena proporción de la humanidad tuviera las  condiciones mínimas para subsistir, nos desafía aún hoy.

En nuestro país, hace poco más de 80 años, Alberto Hurtado afirmaba: “la misa es mi vida y mi vida es una misa prolongada”, en profunda sintonía con lo que luego señaló el Concilio Vaticano II: la Eucaristía es la fuente y también la cumbre de la vida de la Iglesia. La comprensión integrada de los momentos de la vida sigue siendo hoy un desafío, en tiempos en que la fe tiende a replegarse al ámbito privado o individual, sin empapar nuestras vidas del sentido comunitario y del compromiso social que implica.

En este mes de Agosto, mes de la Solidaridad, instituido hace 30 años precisamente en memoria del Padre Hurtado, roguemos para que al acercarnos a recibir el Pan de Vida, surjan también entre nosotros renovados compromisos en favor de quienes no tienen a la mano el pan de cada día, aquello necesario para el buen vivir. Eso hará más creíble nuestra fe.

Fragmento del Evangelio: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (Jn. 6, 26-27)

 

 ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Mt 4, 4b

Aleluya.

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Aleluya.

EVANGELIO

El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 24-35

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste?

Jesús les respondió:

Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.

Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.

Ellos le preguntaron: ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?

Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado.

Y volvieron a preguntarle: ¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:

"Les dio de comer el pan bajado del cielo”.

Jesús respondió:

Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.

Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió:

Yo soy el pan de Vida.

El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.

 

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