Ya despuntada la primavera, estamos en nuestro país a pocas semanas de la elección para autoridades locales, en municipios y gobiernos regionales. Como suele suceder en estos tiempos, el fragor del debate no siempre se centra en las propuestas de cada candidatura para cuidar el bien común y a los más pobres entre nosotros: abundan de lado y lado las descalificaciones, el sacarse “los trapitos al sol”.
El
texto del evangelio que proclamamos hoy tiene tres partes: la primera en que a
Jesús en público algunos fariseos quieren ponerlo a prueba con una pregunta
respecto de la licitud del divorcio. En el relato, Él mismo contrapone la ley
de Moisés, que lo autoriza, con la apelación a los primeros tiempos, esos del
Jardín del Edén “en el principio de la creación”, en que no había motivos para
siquiera pensar en una separación entre quienes Dios había unido. La segunda
parte es una conversación más íntima con sus discípulos. Finalmente la última
parte nos muestra a Jesús acogiendo a unos niños, acercándose a ellos, y
poniéndolos como ejemplo: “el Reino de los Cielos pertenece a los que son como
ellos”.
Se
vislumbra acá una tensión, que vivimos también en nuestros tiempos, entre la
licitud de un acto de acuerdo a una ley o tradición, el cuidado del espíritu de
esa ley, y lo que buenamente podemos hacer en un momento particular de nuestra
historia. Saber discernir y decidir en cada momento, en base a principios y al
soplo del Espíritu, es un don que podemos pedir como gracia.
Hoy
enfrentamos a diario el conflicto entre lo ético y lo lícito. Se confunde
fácilmente lo que está bien con lo que conviene. Los casos que por estos días
copan los titulares, en variados frentes, nos lo recuerdan. Nos está costando
en Chile encontrar “faroles éticos”; cunden las explicaciones lícitas, apegadas
al resquicio que ofrece la ley y no a lo que es correcto.
Estamos
a algunas semanas de que se cumplan 80 años de la fundación del Hogar de Cristo
por el Padre Hurtado. Y el próximo año se cumplirán 80 años del Nobel de
Literatura a Gabriela Mistral. Recuperemos algo de estas dos figuras que se
adelantaron a su tiempo y nos mostraron caminos de profunda humanidad,
particularmente con foco en la educación y la formación de la juventud. Decía
Gabriela: “Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de
clases. Enseñar con la actitud, el gesto, la palabra”. ¡Esto debiera
caracterizar a quienes aspiren a conducir los destinos de una comunidad!
Cuidemos
nuestras instituciones, que requieren renovación y también fortalecimiento. Cuando
fallan las instituciones, tiende a imponerse la ley del más fuerte, del más
violento, del que tiene un pituto. Y puede cundir el descontrol y el caos. A la
larga suelen salir más dañados los mismos de siempre, los más vulnerables.
Texto breve del Evangelio: “Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc. 10, 15)
EVANGELIO
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 2-16
Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le
plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su
mujer?”
Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”
Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de
divorcio y separarse de ella”.
Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta
prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el
principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre
dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De
manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que
Dios ha unido”.
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar
sobre esto.
Él les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con
otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido
y se casa con otro, también comete adulterio”.
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los
discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo:
“Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino
de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el
Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
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