domingo, 27 de octubre de 2024

Que podamos ver

El relato que se nos ofrece hoy en la liturgia –el de la curación del ciego de Jericó– es uno de los episodios de los evangelios que más me gusta. Ofrece una especie de catequesis sobre cómo debiera ser toda relación de ayuda – todos la necesitaremos alguna vez y estamos invitados a ofrecerla en todo momento - que promueve la autonomía de las personas.

San Marcos nos regala acá una imagen de Jesús atento a las necesidades de quienes están a su alrededor, especialmente de quien está a un costado del camino. Sus discípulos quieren seguir de largo. En cambio Él se detiene, escucha, acoge. Quien estaba sentado se pone de pie de un salto al sentir su llamada.

Al mismo tiempo Jesús valora la libertad, la autonomía, la propia capacidad de agencia de quien tiene por delante: no pasa a llevar al ciego ni le impone lo que piensa que es mejor. "¿Qué quieres que haga por ti?", le pregunta.

Y por último, afirma que la fuerza de la propia sanación del ciego viene de sí mismo: "¡Tu fe te ha salvado!", le dice.

¿Qué necesitamos ver hoy? Tenemos ciertas cegueras, y es bueno partir por reconocerlas. Nos nublan los ojos los inmediatismos, el estar tan atentos al día a día, esclavos de los “likes” en sus distintas formas. Nos  mantiene ocupados, algo embobados y hasta entretenidos el escándalo de la semana – el guionista de esta serie llamada Chile ha estado bien creativo en los últimos episodios de esta temporada - que puede hacernos olvidar la profundidad del daño causado, y también dejar en el olvido el escándalo de la semana anterior, impidiendo tal vez considerar procesos más profundos de reparación o de transformación de nuestras personas e instituciones.

Por otra parte es bien notable como puede cegarnos también la ideología, todo aquello que nos impide mirar con verdad lo que pasa, y llamar las cosas por su nombre. Cambia el paisaje según el lado de la vereda en que estemos parados. ¿Qué otras preocupaciones ciegan nuestros sentidos? El incremento de la delincuencia y el crimen organizado que genera una sensación creciente de inseguridad y un profundo miedo que limita nuestra capacidad de ver; también la cada vez más desplegada frivolidad y el oportunismo político, o la soltura para tratar de vaga y estúpida a quien sea la parte  contendora o de inestable y desquiciado al oponente, son también otros de los fenómenos que explican algunas de las cegueras bien  extendidas de nuestros tiempos. La tendencia individualista que se percibe por doquier puede favorecer que no veamos más allá de nuestro propio interés, descuidando por tanto el bien común.

La pobreza en nuestro país ha ido disminuyendo en las últimas décadas a niveles que perfectamente pueden hacernos pensar que es posible superarla totalmente, aunque esto implique desafíos enormes, por su mayor complejidad, por la tendencia a invisibilizarla, pero también porque los buenos resultados se explican en gran parte por las transferencias directas del Estado, que no provocan autonomía. La pobreza hoy se vive puertas adentro, en rostro de personas mayores o con algún tipo de discapacidad, requeridas de apoyo y cuidado, pero que muchas veces viven en profunda soledad. Es la realidad también oculta de los campamentos, atestados de familias de migrantes, o de los cientos de miles de niños y jóvenes expulsados del sistema escolar. Pareciera que los demás no los queremos ver.

Así y todo, en medio de los fragores cotidianos, tenemos razones para estar esperanzados, ¡pues estamos vivos! Pidamos juntos la gracia de poder ver, y para ello es necesario esforzarnos por establecer vínculos y conversaciones que nos hagan ponernos de pie, encontrarnos unos con otros, reconocer y valorar los distintos puntos de vista, enriquecer así la propia mirada, y por supuesto, sin descuidar a nadie al borde del camino, a ejemplo de Jesús.

EVANGELIO

Maestro, que yo pueda ver.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 46-52

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten piedad de mí!

Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo.

Entonces llamaron al ciego y le dijeron: ¡Ánimo, levántate! Él te llama.

Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?

Él le respondió: Maestro, que yo pueda ver.

Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

 

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