domingo, 8 de julio de 2018

Sabiduría que deslumbra


Es asunto de todos los tiempos que cuando por alguna razón no nos gusta un mensaje o nos resulta amenazante, podemos invalidar al mensajero o simplemente hacer oídos sordos a su contenido. Es lo que ha pasado en varias ocasiones con quienes han sido víctimas de algún tipo de abuso y se han atrevido a sacar la voz. Se les reprocha: “¿Por qué no lo dijeron antes?” “¡Ya eran grandes para saber en qué andaban!” En el caso de las mujeres que denuncian acoso ocurre parecido: “¡Si anda con esa pinta, no es culpa de los hombres que se quieran sobrepasar!”. Menos mal que muchas han perseverado en sus denuncias. De igual modo, la apertura a la novedad del Evangelio y su carácter profético puede venir torpedeada por la fuerza de la costumbre, el mirar en menos la evidencia próxima o el estar sumergidos en el gris pragmatismo de lo cotidiano.

Los textos de la Sagrada Escritura que se nos ofrecen hoy nos hablan de la dificultad de los que profetizan en nombre de Dios, tanto por el lado de sus capacidades, virtudes o defectos, como por el de quienes son sus interlocutores. En la primera lectura se habla de la dificultad para escuchar de “hombres obstinados y de corazón endurecido” (Ez 2, 4). En ese contexto, el profeta debe seguir profetizando, aunque no haya quien lo escuche o sus palabras no tengan el efecto que desea.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo afirma, contra quienes le insultan y persiguen, que su poder triunfa en la debilidad (2 Cor 12, 7-10). A Jesús en el Evangelio le pasa algo parecido entre quienes piensan que lo conocen bien. No le tienen fe, y eso que han oído de sus andanzas, enseñanzas, demonios expulsados, tempestades amainadas  y sanaciones por otros lados: “¿De dónde saca todo esto?” (Mc. 6, 2). La suya es una sabiduría que deslumbra y en sus concreciones puede atemorizar.

Respecto de la debilidad, aún cuando la vulnerabilidad es parte fundamental de la condición humana, hay etapas de la vida en la que esta se hace más evidente: es el caso de la infancia y de la vejez avanzada. En los niños, para ser alimentados, criados, enseñados y cuidados. En los adultos mayores dependientes, para recibir los cuidados y atenciones que su condición requiere. Esta semana desde la Moneda se ha convocado al Consejo Ciudadano para Personas Mayores: es una buena oportunidad para que las autoridades escuchen de parte de los mismos adultos mayores organizados y de quienes trabajan cotidianamente con ellos algunas de sus demandas más sentidas, y puedan acogerlas eficazmente. Es un sano ejercicio el de escuchar. Y caer en la cuenta que así como tratemos a nuestros mayores, seremos tratados los más jóvenes en adelante. Lo central de la enseñanza de Jesús, regla de oro del Evangelio – ama a tu prójimo como a ti mismo– sigue tan vigente hoy como siempre.

Pidamos juntos la gracia de la humildad, del reconocimiento de nuestra común vulnerabilidad y debilidad, y de una mente y corazón abiertos a la novedad del Evangelio, que como espada de dos filos nos sigue interpelando a salir al encuentro de todo otro para reconocer la presencia actuante de Dios en el mundo.

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo


Frase destacada del Evangelio: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?” (Mc. 6,2)