Exportación no tradicional: el Padre Hurtado

Celebrando Semana Santa en Campamento El Estero de Lampa, abril de 2010.

  En estos tiempos que corren es de lo más común que una buena cantidad de la ropa que vestimos sea elaborada en distintas partes del mundo, muy lejos de donde vivimos. Fíjese en la etiqueta de la camisa que usa: seguro que dice Made in China, o Vietnam, o Bangladesh, incluso si la ha comprado en una tienda que lleva años en su país y que antes la elaboraba en su propio taller. Lo mismo ocurre con casi todo lo que usamos a diario. Yo vengo de Chile, y en este último tiempo me ha alegrado profundamente encontrarme en varias partes con la presencia de una exportación no tradicional: la figura del Padre Hurtado, san Alberto Hurtado.

  El 18 de agosto pasado tuve la suerte de recordarlo en un aniversario más de su muerte en Scampia, Nápoles. El centro que llevan los jesuitas ahí, al alero de la parroquia, y con la colaboración de muchas personas, lleva por nombre el del Padre Hurtado. Es uno de los barrios con más dificultades de toda Nápoles, donde según nos contaron, durante años la Camorra se apoderó plenamente del territorio -le llamaban el supermercado de la droga- tanto  que la policía no se atrevía a entrar, hasta que años atrás hubo una fuerte intervención y se pudo restaurar en parte la paz y el orden, a la vez que construyeron muy cerca una de las cárceles más grandes de Europa. En el Centro Alberto Hurtado de Scampia, entre otros programas que ofrecen, hombres y mujeres de distintas edades se reúnen, aprenden un oficio, y confeccionan libretas y cuadernos, gorros y poleras, con la marca Made in Scampia, intentando mostrarle al mundo que lo que se produce y comercializa ahí no es solo droga, conflictos y violencia, sino también esfuerzo, superación y comunidad.

  Me he encontrado en tantos otros momentos de mi vida con este nombre: desde el tiempo anterior a su beatificación el año 1994, cuando mostraban por la televisión la historia de su vocación y su vida entregada al servicio del Reino. Un poco más tarde conocí de cerca el Infocap - Universidad del Trabajador en Santiago de Chile - inspirado en la figura del Padre Hurtado, que hablaba de la inmoralidad de una sociedad que no le hacía un lugar central a los trabajadores. En esta misma institución comenzó a funcionar un proyecto de voluntariado que invitaba a jóvenes universitarios a acercarse a la realidad de las familias que vivían en campamentos y que con los años tomó cuerpo en "Un Techo para Chile", hoy sencillamente "Techo", presente en 19 países de América Latina. En ese tiempo y tras conocer la riqueza de la espiritualidad ignaciana en los Ejercicios, se despertó mi vocación a la Compañía de Jesús, que fue confirmada tras un tiempo como voluntario en la sala de enfermos terminales, Padre Hurtado, del Hogar de Cristo.

  Ya siendo jesuita tuve el regalo de colaborar por un par de años en la parroquia Jesús Obrero, vecina a la gran obra del Padre Hurtado, el Hogar de Cristo, y al santuario donde descansan sus restos. Y volví a colaborar en Techo al año siguiente de la canonización del Padre Hurtado el año 2005, momento de fiesta que a algunos nos hizo despertar la necesidad de animar comunidades cristianas en los campamentos y barrios donde trabajábamos, colaborando con las familias y dirigentes a construir sus casas y soñar un país mejor. En la misma parroquia Jesús Obrero celebré junto a tanta gente querida mi primera misa como sacerdote hace ya casi 4 años, y los siguientes tres años colaboré en el Centro Universitario Ignaciano de la Universidad... ¡Alberto Hurtado!

  Al escribir estas letras me encuentro en Roma, estudiando la Licencia en Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Y me he encontrado con que existe aquí un Centro Fe Cultura que lleva el nombre de Hurtado, y que por todas partes del mundo los jesuitas han acudido a su nombre, inspiración e intercesión para bautizar comunidades e iniciativas de lo más diversas.

  El Padre Hurtado era un apasionado seguidor de Jesús, que vivía con los sentidos atentos para reconocer la presencia actuante e interpeladora de Dios en el mundo y la historia. Desde esa atención convocó a otros: al servicio, al trabajo académico e intelectual, a la organización sindical y comunitaria, a hacer del mundo un lugar más acogedor, fraterno y solidario. Y esto de muy diversas formas: dando una mano, un plato de comida, un techo donde dormir. También promoviendo iniciativas de desarrollo integral con un sentido hondo de lo que significa ser cristiano en sintonía con lo que el Concilio Vaticano II afirmó algunas décadas después, y lo que la Compañía de Jesús declaró como su misión para el tiempo de hoy: el servicio de la Fe y la promoción de la Justicia que esa fe exige.

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