domingo, 11 de abril de 2021

Re-construir

Los relatos de los encuentros tras la Resurrección de Jesús, como el que se nos ofrece en este Segundo Domingo de Pascua –llamado “de la Misericordia” –, hacen de epílogos de los evangelios, tras los extensos relatos de su Pasión y Muerte. La transición hacia la alegría pascual no es automática. Aún se perciben y viven el miedo, el temor, el encierro, el repliegue. No es para menos: están frescos los recuerdos del arresto, la tortura, la condena, del camino de la cruz y la muerte del Maestro.

En esa situación se encuentran los apóstoles de Jesús, reunidos en comunidad, con las puertas cerradas y, entonces, Él mismo se presenta en medio de ellos. Muestra las llagas de los clavos y el costado abierto; sus discípulos lo reconocen y se alegran. ¡Lo echaban mucho de menos! Les ofrece paz, sopla sobre ellos su aliento de vida, les envía. Nótese que a quienes hace algún tiempo lo traicionaron, les confía una misión de perdón.

En tiempos –los nuestros– en que tanto el pertenecer y el participar en una comunidad están muy debilitados, la ausencia de Tomás es orientadora. Desconfía, no les cree a los demás el testimonio que le dan. “Ver para creer”, dirá. El mismo Jesús vuelve a su encuentro, con los demás, la semana siguiente, y le saca una de las expresiones más preciosas de los evangelios: “Señor mío y Dios mío”.

El momento que vivimos en nuestro país es bien delicado. Hoy deberíamos haber estado votando, pero por razones sanitarias hemos debido posponer las elecciones. En muchos lugares se vive una desconfianza instalada. Las instituciones –partiendo por la Constitución– están muy debilitadas, requieren reformas profundas. También vivimos un proceso fuerte de disolución de vínculos y está muy frágil el tejido social, vivimos un profundo individualismo. Hemos conocido cómo y cuánto ha aumentado la cantidad de familias que viven en campamentos, lo que es expresión del déficit habitacional que arrastramos por años. La pandemia y sus consecuencias –como las medidas de cuarentena y otras restricciones impuestas por la autoridad– han evidenciado la vulnerabilidad, la fragilidad, hasta la precariedad en la que viven la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, y no parece dar tregua por ahora. Las ayudas estatales que se han ofrecido hasta ahora, no alcanzan.

Resucitar, levantarse de los muertos, tiene mucho de reconstruir vínculos, ponerse de pie, enfrentar el dolor y la muerte. Por un lado, se trata de volver a mirar la historia, las heridas, y sanarlas con el suave bálsamo de la verdad y el perdón; y también se trata de mirar el futuro, y preñarlo de esperanza colectiva. Que en este tiempo de Pascua se nos regale recuperar la alegría y la paz necesarias para emprender juntos los desafíos que solo juntos podemos asumir con resultados positivos para el bien común. Quizás el primer paso sea el de promover encuentros y diálogos verdaderos, que nos humanicen, reconstruyan confianzas y comunidades. De lo que se trata es de ¡atreverse a amar!

Fragmento del Evangelio: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. (Jn. 3, 19-21)