(Publicado originalmente en febrero de 2016 en http://territorioabierto.jesuitas.cl/hacia-una-sociedad-inclusiva/)



Hace unos meses llegó a mis manos un libro titulado ¿Por qué fracasan los países?[1] , en el que con bastante información documentada se hace un balance histórico del crecimiento y desarrollo en el mundo.

El ejemplo dramático con el que comienza el libro es el de Nogales, en el sur de Arizona -Estados Unidos- y el norte de Sonora -México-. Las “dos ciudades” tienen el mismo clima, y la procedencia de sus habitantes es más o menos la misma, aunque actualmente su nivel de vida es radicalmente distinto. Un muro de acero de siete metros de altura los separa. Lo que los autores intentan mostrar es cómo los distintos acuerdos políticos y económicos que se realizaron a lo largo del tiempo entre estos dos países, asociados al distinto modo de colonización, equilibrios de poder, instituciones y leyes, etc., dan cuenta del resultado actual.

Uno de los conceptos desarrollados en el libro, que permite evaluar con profundidad el éxito o el fracaso de los países en el largo plazo, es el de las instituciones, tanto políticas como económicas. Los autores del libro, D. Acemoglu y J. Robinson, las dividen entre inclusivas y extractivas.

¿Qué caracteriza, según estos autores, a las instituciones inclusivas? En el aspecto económico, posibilitan y fomentan la participación de la gran mayoría de las personas en actividades económicas que aprovechan mejor su talento y sus habilidades, y permiten que cada persona pueda elegir libremente lo que desea. En el ámbito político, las instituciones inclusivas están suficientemente centralizadas (o sea, son capaces de ejercer con eficacia el “monopolio” del poder que les ha sido confiado), y son pluralistas (el poder político reside en una amplia coalición o pluralidad de grupos). Esto hace que el poder se pueda repartir ampliamente en la sociedad, lo que limita considerablemente su ejercicio arbitrario o que éste vaya en beneficio del propio interés. Este tipo de instituciones allana el camino a dos motores de la prosperidad: la tecnología y la educación.

¿Y cuáles son las instituciones extractivas? En general, tienen las propiedades opuestas de las inclusivas. Su objetivo es extraer rentas y riquezas de una parte de la sociedad para beneficiar a otra, y en general, son reticentes a la innovación y a los grandes cambios tecnológicos. En el ámbito político, concentran el poder en manos de una elite reducida y fijan pocos límites al ejercicio de su poder.

Adivine.

Sí.
Las sociedades inclusivas muestran con el tiempo mejores resultados, entre otras cosas, porque posibilitan en mejor medida la sustentabilidad social, económica y política. Aunque las sociedades extractivas puedan mostrar buenos resultados en un breve periodo de tiempo, en el largo plazo se estancan. Acemoglu y Robinson dan ejemplos de lo uno y de lo otro, tanto de países que podrían haber sido catalogados de capitalistas, como de los que podrían haber sido llamados comunistas.

En el libro Tejado de vidrio[2], Mario Waissbluth, después de hacer un descarnado análisis de la realidad y ofrecer pistas para recuperar las confianzas en Chile, se sirve de las categorías de las instituciones políticas y económicas extractivas o inclusivas para caracterizar a nuestro país.

Adivine.

Sí.

Según el autor, la institucionalidad política y económica de nuestro país puede ser categorizada como extractiva.

¿Qué se puede hacer? ¡Lea el libro, el autor da varias pistas!

Me atrevo a decir como intuición fundamental, y en sintonía con lo que hizo San Ignacio de Loyola en tiempos de grave crisis eclesial -tal vez tanto más grave que la de ahora-, que hay que hacer el esfuerzo de cambiar las cosas desde dentro para hacernos más inclusivos. En el ámbito político es acertado que se estén creando nuevos partidos, y que se promueva la transparencia y el rendir cuentas, tal como lo ha hecho Ciudadano Inteligente. En el ámbito económico, es bueno saber que hay otros modos de hacer negocios, rentables a la vez que sustentables: por ejemplo, lo que ha realizado desde hace un tiempo Late, empresa de agua purificada que dona el 100% de sus utilidades a alguna de las instituciones de la Comunidad de Organizaciones Solidarias; o lo que ofrece Sistema B, que certifica a empresas que quieren ser las mejores para el mundo, combinando el lucro con la solución a problemas sociales y ambientales; o el lanzamiento de Doble Impacto -un fondo de inversión social que busca compatibilizar la rentabilidad con el desarrollo sustentable- en algunas semanas más. De seguro hay muchísimos otros buenos ejemplos.

Por estos días estoy leyendo la investigación del periodista Daniel Matamala sobre la influencia del dinero en la política en la historia de Chile, y como esto está afectando radicalmente la calidad de nuestra democracia e instituciones. Lo estoy empezando. La reflexión va por el mismo lado que lo dicho acá. No creo que sea coincidencia.

[1] D. Acemoglu – J. Robinson, Por qué fracasan los países. Planeta, Barcelona, 2012
[2] Waissbluth, M., Tejado de Vidrio: como recuperar la confianza en Chile. Penguin Random House, Santiago de Chile, 2015