sábado, 26 de septiembre de 2020

Del dicho al hecho...

Este domingo se nos presenta en el evangelio una parábola que puede aplicarse a todas las esferas de nuestra existencia cotidiana: nos revela la distancia que existe entre lo que declaramos y lo que efectivamente concretamos. El mayor fruto está en el hacer, no en el decir.

(Lecturas del día de hoy en este enlace)

La parábola que se nos ofrece en la liturgia de hoy está dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, profesionales de la religión de su tiempo. ¿A quién iría dirigida hoy? Es un relato en extremo sencillo, que pone frente a frente a dos hijos ante una solicitud de su padre: quien respondió que sí a la solicitud, no llegó; el que respondió inicialmente que no iría, finalmente llegó. Ya lo dice el saber popular: “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.

San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales nos invita a considerar que “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”. De distintas formas a lo largo de los siglos, los seguidores de Jesús han explicitado la enseñanza de esta parábola. Aunque parece claro que esta afirmación no es ninguna novedad del cristianismo, sino constatación de una dinámica muy humana, que por cierto se aplica también a quienes quieren seguir a Jesús. Más coloquialmente, afirmamos que no hay que ser como el cura Gatica, que predica pero no practica. Lo que se opone más profundamente a que la fe sea creíble, no es la increencia, sino la incoherencia. Esto que vale para la fe, también para cualquier ideología o doctrina profesada.

La contraposición que hace Jesús en la parábola, aunque simple, es dura. Coloca en primer lugar en la carrera hacia el Reino de Dios a los publicanos y prostitutas, personas que por sus conductas impuras son rechazadas del ámbito religioso, precisamente por los sumos sacerdotes y ancianos que son sus interlocutores. Jesús pone a los excluidos, en razón de su conducta, en primer lugar. No parece ser tan relevante para Jesús la solemne profesión de fe o una gran declaración pública de adhesión a su persona, sino más bien la apertura humilde al misterio de su presencia en el mundo. No es a los sanos ni a los justos que ha venido a redimir, sino a los endemoniados, a los pecadores, que se abren a la eficaz acción liberadora del Reino. Ejemplos de esto en los evangelios hay por montones. El mismo apóstol y evangelista Mateo que celebramos el lunes de la semana pasada es llamado por Jesús desde su banco de publicano. Leemos en Lucas la historia de Zaqueo, jefe de publicanos, que recibe a Jesús en su casa, y da pasos gozosos de conversión. Los leprosos, antes excluidos, son sanados e incluidos por Jesús. La mujer sorprendida en adulterio del capítulo 8 de Juan no es apedreada, sino perdonada.

Hoy, último domingo de septiembre, es el día de oración por Chile. Les invito a elevar una oración para que pasemos del dicho al hecho: que los anhelos de tiempos mejores para todos, más vigentes que nunca en estos tiempos de pandemia, se vayan concretando en acciones cotidianas. Tenemos la ilusión de que basta con que alguna acción se fije en una declaración, o en una ley, para que inmediatamente tal acción se realice. Son las instituciones y las personas en ellas, con sus acciones y proyectos, las que van concretando aquello que se declara. El debate constitucional que para muchos debiera incluir el anhelo de la garantización de derechos sociales, ha de considerar ante todo sus concreciones realizables entre nosotros. Participemos en este hito de nuestra democracia, y al mismo tiempo hagamos los mayores esfuerzos de organización y colaboración a todo nivel para que las palabras expresadas y las esperanzas que tenemos, se hagan realidad.

Fragmento del Evangelio: Jesús les dijo: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él” (Mt. 21,28-32)