domingo, 9 de mayo de 2021

Mínimos comunes

En cuanto al tiempo litúrgico, nos encontramos en el VI Domingo de Pascua. Pero ante todo –me recordará alguno– es hoy el Día de la Madre: un día especial para expresar gratitud y cariño a quienes nos han traído al mundo, criado y cuidado. Al igual que varios de mis sobrinos, ¡le voy a hacer un dibujo a mi mamá!

En nuestro país seguimos, al igual que el mundo entero, sumidos en la pandemia. Las postergadas elecciones de constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales, se realizarán el próximo fin de semana. Y hemos sido testigos de una propuesta de agenda de mínimos comunes, en que los poderes ejecutivo y legislativo podrían avanzar, para ir en ayuda de personas, familias y empresas muy afectadas por la crisis económica producto de las restricciones sanitarias. Se trata de acudir a acompañar, aliviar y sostener, con medidas bien concretas, a muchos compatriotas que lo siguen pasando muy mal.

El texto del evangelio de hoy, situado en la larga exhortación que Jesús hace a sus discípulos en la última cena, nos habla de amistad, de encuentro, de amor, de vínculos, de dar la vida por los amigos. Es quizás un buen marco para hablar de estos mínimos comunes que debieran orientar ampliamente nuestra vida en sociedad, incluyendo el amor que transforme nuestro país y a todas las personas en él. De eso se trata la vida en comunidad.

Hace unos días hemos recibido la noticia de la muerte del biólogo Humberto Maturana, a los 92 años. Algunas de las palabras de una de sus últimas entrevistas – hace justo un mes– me parece sintonizan muy bien con este mensaje del evangelio, y nos muestran un camino para llegar a esos mínimos comunes, desde donde construir mucho más: lo primero es que llegó el momento de mirarnos y escucharnos. ¡No somos seres aislados! Conversemos para ponernos de acuerdo. Se trata de generar espacios de profunda colaboración. Y de acoger las quejas que teníamos sobre nuestra convivencia nacional como verdaderas. ¡Que el bienestar brote de una convivencia basada en el respeto y la colaboración, no en la competencia!

En sintonía con este mensaje, me ha impactado profundamente el testimonio desgarrador del reportaje del periodista Matías Sánchez en la revista Sábado de este diario la semana pasada: se daba cuenta de redes de explotación sexual comercial que asolaban algunas residencias de protección de niñas, evidenciando la fragilidad de nuestra convivencia y de los sistemas e instituciones que nos hemos dado para el cuidado del bien común y especialmente de quienes no cuentan con el tejido social que –como una madre– los cobije, defienda, cuide y sostenga. Hay muchos otros ejemplos, en distintos ámbitos de la vida en sociedad, en que la fragilidad e impotencia de las instituciones redunda en daños y heridas profundas a las personas y comunidades.

Pidamos juntos a Dios poder retomar las sendas del encuentro, el diálogo y la conversación fraterna, para abordar juntos tantos desafíos que tenemos. Puede que en la arena social y política haya adversarios: no los consideremos enemigos. Evitemos las descalificaciones y también los ofertones populistas: tentación siempre presente en un año de tantas elecciones. Un mínimo común a defender debiera ser el respeto y la responsabilidad, y un máximo al que aspirar, que nos amemos los unos a los otros, como nos invita Jesús en el evangelio.


Fragmento del Evangelio: “Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. (…) No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. (Jn. 15)