domingo, 23 de octubre de 2022

Humildad fecunda

 Humildad Fecunda (Lc. 18, 9-14)

Esta semana ha acontecido el tercer aniversario del estallido social de 2019, con el que se dio inició, violentamente, en nuestro querido Chile, a un proceso intenso de movilizaciones y transformaciones sociales y políticas, que aún no terminan. Este octubre, 3 años después, nos encuentra en un contexto completamente distinto: cambió hace meses el gobierno y culminó ya una primera etapa del itinerario de renovación de la constitución, con el triunfo del rechazo. Se está configurando un nuevo Chile, con nuevos actores, nuevos partidos y también con algunos nuevos dolores y necesidades que atender. Hemos pasado por ahora la etapa más crítica de la pandemia. Nos encontramos en medio de una crisis económica asociada a la alta inflación. Y se otea en el horizonte una recesión que esperamos no dure mucho tiempo.

El texto del evangelio según san Lucas que  proclamamos hoy nos presenta a dos personas creyentes con actitudes radicalmente distintas. Por un lado se encuentra la soberbia, la autosuficiencia y el apego rígido a las tradiciones y la ley, y como guinda de la torta, el mirar en menos a los demás: el fariseo. Por el otro, la fecunda humildad de quien se sabe frágil, limitado, pecador y así se sitúa ante sí mismo, ante la vida, ante Dios, ante los demás: el publicano. Durante estos días hemos leído y escuchado distintas aproximaciones a la comprensión de las diversas crisis que hemos enfrentado: ninguna de ellas basta, necesitamos seguir encontrándonos, escucharnos y conversar. Urge desterrar la violencia y la destrucción, que solo hacen daño.

Esta semana ha sido también el aniversario 78 del Hogar de Cristo. Es este siempre un cumpleaños un tanto curioso: no se trata de recordar el hito de la primera piedra o del corte de cinta en su primer edificio, ni de la redacción de estatutos que le dieran personalidad jurídica. ¡Se trata de conmemorar un par de encuentros muy fecundos! El primero, muy conocido, el del padre Hurtado con un mendigo que hervía en fiebre y pedía una moneda para pagar un albergue. Y en el que reconoció al mismísimo Cristo que le pedía auxilio. El segundo encuentro, el del mismo padre Hurtado que, profundamente conmovido, compartió con un grupo de mujeres lo que había experimentado el día anterior. Y entonces, en la escucha, el encuentro, la conversación, brotaron las ideas y los ¡manos a la obra!

En los breves años en que el padre Hurtado pudo ver en vida el desarrollo del Hogar, mantuvo una apertura a los dolores y necesidades de las personas y comunidades con las que compartía: eso era siempre lo primero a considerar para corregir el rumbo. Y para mejor acertar en las respuestas, se propuso aprender de lo que otros países hacían para responder a los mismos dolores y necesidades. Otro rasgo que lo caracterizó fue el de contar con personas muy distintas, expertas en las más distintas materias, todas ellas de buena voluntad y corazón generoso, para pedirles ayuda en lo que él no podía resolver por sí mismo. Nadie se basta a sí mismo. Junto con seguir el camino del publicano que con humildad se situaba delante de la vida, de Dios, de los demás, sigamos también –personas, autoridades, organizaciones, comunidades– los pasos de este padre de la patria que sigue teniendo mucho que decir y ofrecer, a pesar de que han pasado tantos años desde su muerte. Aprendamos de su humildad fecunda.

Fragmento del Evangelio: “El publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”

domingo, 2 de octubre de 2022

Creer y servir

 Creer y servir (Lc. 17, 3-10)

Este domingo se nos presenta en la celebración litúrgica un trozo del Evangelio según san Lucas que no es un milagro ni una parábola ni un encuentro de sanación, sino partes de un diálogo de Jesús con sus discípulos que parecen no estar del todo articuladas.

Ante la petición “¡Auméntanos la fe!”, Jesús responde con la imagen de la semilla de mostaza. Una pequeña semilla de mostaza puede dar con el tiempo mucho fruto, sombra y cobijo (Lc. 13, 18-19). Ha dicho Jesús que el Reino de Dios es como una medida de levadura que una mujer mezcla con harina. Basta un poco de levadura para transformar toda la masa (Lc. 13, 20-21). El impacto transformador del testimonio de un grupo pequeño de creyentes logra hacer que muchas personas reciban las buenas noticias por ellos vividas y anunciadas.

Nos hace bien dejar de lado, a quienes nos decimos creyentes, otro tipo de consideraciones relacionadas con influencia, tamaño relativo respecto del total de la población, o con el poder: encontramos acá y en muchos pasajes del Evangelio una valoración positiva de los medios pobres y humildes que recuerdan a la persona de Jesús de Nazaret, cuyo principal fundamento era la fe en el amor de Dios, a quien comprendía como un padre amoroso. Y vivía profundamente aquello que creía, y eso lo hacía creíble.

La segunda parte del texto nos lleva a otro aspecto de nuestra vida creyente, la del cumplimiento de lo que se nos manda en virtud de nuestra fe: “También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.  Recuerdo el cuento de una exalumna de un colegio de monjas que se quejaba que pocas veces le celebraban cuando tenía una buena nota o había conseguido algún logro importante en el plano deportivo, artístico o musical. “Con su deber no más cumple”, era la respuesta habitual de una de las religiosas antes ese rezongo. Hay algo de eso en este texto del evangelio: el principal reconocimiento por haber hecho algo bien, es la satisfacción de haberlo realizado.

La vinculación entre la fe que se profesa y las obras que se realizan debiera ser muy estrecha. Pocas cosas configuran más la existencia humana que las creencias, de distinta naturaleza, que se tienen. Ellas se expresan en el modo de actuar, de vivir, de alimentarnos, de rezar, de tratarnos y vincularnos con los demás y con el medioambiente que nos rodea.

Desde hace un tiempo en occidente nos encontramos sumergidos en una profunda crisis de fe. Se han disuelto las pertenencias, se han debilitados los diversos modos de participación y no están siendo del todo significativos los espacios celebrativos que expresan y sustentan la fe y los vínculos comunitarios. Vivimos una especie de orfandad. ¿A quién seguir? Tengamos el coraje de pedir, aún en medio de las más grandes dudas que nos acometen, lo que piden los más cercanos a Jesús: “¡Auméntanos la fe!”. Y reconozcamos en cada pequeño gesto de cariño, construcción de vínculos, amor, servicio, dignificación e inclusión, pequeñas semillas del Reino que esperemos den mucho fruto y transformen la sociedad entera.

Fragmento del Evangelio: Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella les obedecería.  (Lc. 17, 5-6)