domingo, 10 de junio de 2018

Lealtades ampliadas


Se ensancha nuestra mirada y también nuestra familia cuando escuchamos la Palabra de Dios e intentamos ponerla en práctica en nuestras vidas.

En la que ha sido hasta ahora la semana más fría del año, nos ha conmovido la trágica noticia de la muerte de seis personas en situación de calle en diversos lugares del área metropolitana de Santiago y en Frutillar. Esperamos que no haya habido más. Si hay algo sagrado en esta vida es precisamente la vida humana, aunque no terminemos nunca de honrarla y cuidarla como es debido. Reconociendo la fragilizada autonomía de algunas decisiones de quienes han fallecido, no podemos dejar de considerar una cierta responsabilidad colectiva al momento de despedirlos. ¿Pudimos haber hecho algo para impedir sus muertes, para que restauraran vínculos rotos, sanaran de sus dolencias o adicciones, y se integraran en plenitud al cuerpo social?

En el evangelio del día de hoy (Mt. 3, 20-35) se cuenta que Jesús comenzaba a tener muchos seguidores, por la fama que le daba la sanación de algunos enfermos. A él y a sus discípulos ya no les quedaba ni tiempo para comer, de tan demandados que estaban. El texto es en cierto sentido una invitación a la discreción de espíritus. ¿Qué o quién nos mueve? ¿Cómo mejor acertar al evaluar una decisión? Las expectativas de los demás o el prestigio ¿bastan como criterio de decisión de lo que hacemos? En el actuar de Jesús están al centro las personas, tal como se presentan ante él.

En este pasaje se acusa a Jesús de estar poseído por un espíritu impuro o de realizar tales sanaciones por el poder del príncipe de los demonios. Recordamos que en ese entonces ciertas enfermedades eran calificadas como posesión diabólica. Su respuesta es tajante. Todo lo que honra la vida, restaura la salud del cuerpo y del alma, es movido por el Espíritu Santo. Su misma familia se acerca a buscarlo, en un tono que pareciera ser de cierta censura a su actuar. La respuesta de Jesús es sorprendente, de aparente desmarcarse. “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Si uno lo considera en profundidad, se trata de una ampliación de la que considera su familia a todo quien escucha la Palabra de Dios, su voluntad, e intenta ponerla en práctica. Encontramos acá un germen de la dimensión comunitaria de la vivencia de la fe, que trasciende las barreras familiares, raciales, de grupo, para abrirse a la fraternidad universal.

Junto a la construcción y cuidado de la comunidad, otro de los elementos centrales de la Buena Noticia de Jesús que estamos invitados a vivir es la atención a los que, por distintas razones, van quedando en los márgenes. La necesidad del que vive a nuestro lado se convierte en criterio de verificación de la fe que profesamos. En la primera lectura (Gn. 3, 9-15) el hombre le echa la culpa a la mujer y la mujer a la serpiente. Esa misma dinámica de mirar hacia al lado, responsabilizando exclusivamente a otros o al Estado, es la que hay que superar, si es que queremos evitar que sigan ocurriendo muertes como las que lamentamos esta semana. Cada uno puede hacer que la vida de quien esté cerca sea más alegre, fecunda y plena.  Sigamos confiando que el Espíritu de Dios inspire buenas acciones de sanación e inclusión en los corazones de todos.

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo

Frase destacada del Evangelio: “El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc. 3, 35).