Amar con tutti (Mt. 22, 34-40)
El mandamiento central de los cristianos, en su doble orientación hacia Dios y hacia el prójimo, es un motor de inspiración para la vida de todas las personas. En este tiempo de pandemia, la distancia física nos ha recordado que no podemos vivir sin amar. El amor debiera transformar nuestras relaciones y nuestras instituciones, tanto a nivel local como global.
La pregunta que responde Jesús a los fariseos en el evangelio de hoy (“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley”), lo lleva a recordar las enseñanzas que recibió de niño en su casa y seguramente también en la sinagoga cercana a ella. Las palabras de la Escritura que están en el Pentateuco, aquellas que comienzan con “Escucha Israel…” (Dt. 6, 5), se habrán agolpado en su memoria, así como en la de cualquiera que conociera más o menos parte de la tradición judía. Era una respuesta de memoria, casi obvia. Jesús completa este aspecto medular de su cultura haciendo semejante a ese primer mandamiento de amor a Dios, el de amar al prójimo, con una nota de reciprocidad. El amor de totalidad a Dios como principal mandamiento junto al amor al que está cerca, está a la base de la espiritualidad cristiana. Los cristianos, a lo largo de los siglos, hemos procurado hacer operativo este mandamiento en medio del mundo, actualizándolo según las cambiantes circunstancias y posibilidades.
Conocimos a comienzos de octubre la Encíclica Social del papa Francisco, Fratelli tutti, en la que encontramos una invitación a vivir con conciencia de ser parte de una fraternidad universal. Les invito a leerla. El papa toma como pórtico de entrada el emotivo encuentro de Francisco de Asís con el Sultán, como paradigma del encuentro de fraternidad entre dos personas de distintas culturas y tradiciones religiosas. Un segundo pórtico es la parábola del Buen Samaritano, desde donde nos invita el papa Francisco a considerar el modo como nos relacionamos unos con otros. En ella Jesús pone como ejemplo de quien cumple a cabalidad el mandamiento más importante de la ley, el mismo que se nos ofrece en el evangelio de hoy, a un forastero, que seguramente no conocía la ley, pero que movido a compasión se detuvo ante un herido botado al lado del camino e hizo lo que estuvo a su alcance para cuidarlo.
Durante la semana que pasó se difundió el resultado final de una comisión asesora del Ministerio de Desarrollo Social y Familia que miró en profundidad cómo está la cohesión social en nuestro país. Sus tres principales dimensiones son (1) la calidad de los vínculos que establecemos; (2) el sentido de pertenencia a los distintos colectivos o comunidades; (3) la orientación al bien común. De otras maneras estamos hablando también de amor, desplegado en vínculos y relaciones significativos, en comunidades activas, y en la orientación de cada cual a velar por el bien de todos, de cada uno, de la comunidad, antes que del propio querer e interés. Destaca el informe, como fortalezas, la creciente valoración en nuestro país a la diversidad sexual; a la diversidad étnica o relacionada con las demandas de reconocimiento de nuestros pueblos originarios; en menor medida a la presencia de migrantes entre nosotros (con mucha diversidad de pareceres según condición socioeconómica); y también a un cierto orgullo de ser chilenos. En los nudos problemáticos, por mencionar algunos, destacan el debilitamiento de los vínculos sociales significativos (¡estamos teniendo menos amigos!); también de la confianza en otras personas y en las instituciones; destaca también la abismante desigualdad, la sensación de abusos que quedan impunes, también la baja en la participación electoral como expresión de desafección por la política.
Hoy estamos celebrando un plebiscito que puede ser la puerta de entrada a un proceso de redacción de una nueva constitución. Sin ingenuidades, dejemos que resuene en nosotros este mandamiento a amar con todo, y pidamos a Dios la gracia de que este proceso nos lleve a hacer que nuestro país sea más amable con todos. Transformemos nuestra sociedad, y las instituciones que nos hemos dado para organizarnos, en espacios que hagan posible la vivencia de estos mandamientos, que como sabemos, de poco sirven que estén escritos si no los ponemos en práctica cada día.
José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General Hogar de Cristo
Fragmento del Evangelio: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas”. (Mt. 22, 34-40)
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