domingo, 26 de septiembre de 2021

Con nosotros

Las fronteras de la comunidad de los creyentes en Jesús son suficientemente difusas como para que el mensaje del evangelio y su potencial liberador sea repartido por todas partes, sin posibilidad de circunscribirlo a un grupo muy exclusivo.

 

Al igual que cada último domingo de septiembre hace varias décadas, hoy somos invitados desde el seno de la Iglesia Católica al Día de Oración por Chile. Por las calles circundantes a la Catedral Metropolitana de Santiago saldrá en andas la imagen de la Virgen del Carmen. Distintas comunidades, asociaciones, grupos de voluntarios, también representantes de las Fuerzas Armadas, se sumarán a la procesión, explicitando que nuestras propias fuerzas no alcanzan para la labor gozosa y a ratos ardua de seguir construyendo nuestro país. Nos encomendamos a María, al Padre Hurtado, a Santa Teresa de los Andes. Nos encomendamos como comunidad a Dios, y desde ahí nos disponemos a actuar. A Dios rogando y con el mazo dando.

Uno de los más grandes desafíos del momento presente, por el que tenemos que rogar, es el de ampliar las fronteras del nosotros, superando sectarismos, dejando las trincheras. Los símbolos con que nos sentimos identificados colectivamente importan quizás ahora más que nunca. ¿El Himno? ¿La Bandera? ¿Algunas figuras de nuestra historia? En lo que se refiere al seguimiento de Jesús, tal como está reflejado en este pasaje del evangelio, existe una tensión permanente entre quienes quieren tener un cierto control sobre su doctrina y su acción sanadora, y están preocupados de crear una cierta institución, y la libertad del Espíritu que va soplando por donde quiere, y descuadra carismáticamente los marcos que nos vamos dando. Y esto es bueno que ocurra una y otra vez, así avanza la historia.

En la acción sanadora y liberadora de Jesús, afirmando que “el que no está contra nosotros, está con nosotros”, se avizora un profundo anhelo de fraternidad universal, de unidad en la diversidad, de dejar de mirar a los demás como enemigos, y reconocernos formando parte de una gran familia.

Dos notas de este pasaje parecen ser muy relevantes e imponen límites claros: no ser motivo de escándalo para los pequeños y cortar con todo aquello que es ocasión de pecado. En esto tenemos que seguir avanzando con determinación: desterrando el populismo, la mentira y el tomar decisiones sin base en evidencias, buscando obtener mezquinos réditos de corto plazo, pero descuidando el bien común, particularmente el de los más pobres. Esta es una grave tentación en tiempo de elecciones como el que vivimos. Desterrando, también, toda forma de abusos y de corrupción: es alarmante en este sentido el informe del Observatorio del Narcotráfico dado recientemente a conocer. Requerimos transformar nuestras instituciones y reconstruir el tejido social para poder enfrentar de buen modo los nuevos desafíos y aliviar de mejor forma las necesidades y ámbitos de dolor de quienes vivimos en Chile.

Todo indica que tanto el sentido de pertenencia como el nivel de participación respecto de la Iglesia Católica ha ido descendiendo y seguirá descendiendo en adelante. Las fronteras de la comunidad de los creyentes en Jesús son suficientemente difusas como para que el mensaje del evangelio y su potencial liberador sea difundido por todas partes, sin posibilidad de circunscribirlo a un grupo muy exclusivo. Con todo, necesitamos volver a reconstruir el sentido de comunidad al servicio del Reino de Dios. Ese mensaje y ese potencial siguen siendo sumamente vigentes: es una gracia que tenemos que pedir el poder escucharlo y ponerlo en práctica cada día.

Fragmento del Evangelio: Juan dijo a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que expulsa demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc. 9, 38-40)

No hay comentarios:

Publicar un comentario